Pero, fíjate, sí es sólo una niña, una niña pequeña… -comentaban las señoras que habían entrado a la tienda a comprar sus provisiones y suministros como de costumbre-. ¡Este hombre es un energúmeno!… y se marchaban muy altivas e indignadas cuchicheando a sus espaldas, pero sin mover ni un dedo… Bueno, déjalo ya, no es asunto nuestro.
La chiquilla, escobón en mano, estaba tratando de barrer la tienda todo lo mejor que su cuerpecito y sus pequeñas manitas le permitían. La escoba era más grande que ella y el tendero la gritaba y hostigaba sin parar, echándole una retahíla de improperios que sólo conseguían asustarla y hacerla temblar…
Eres una inútil, vaya negocio que he hecho yo contigo dándote trabajo. No me sirves para nada, eres sólo un estorbo.
La niña, de ojitos tristes, se llamaba Alicia por su adorada abuela y hacía muy poquito tiempo que había perdido a su padre. El nombre de Alicia es de origen griego y significa “verdad”. Lo habían llevado varias mujeres en la familia desde tiempo inmemorial, dado que en sus orígenes eran oriundos de ese precioso país que es Grecia. No hay herencia más bella para una nieta que llevar el nombre de su abuela y más siendo una persona tan querida para ella.
Al fallecer el cabeza de familia, la madre se quedó desolada con sus cinco hijos y en muy mala situación económica, en riesgo de exclusión social como se dice ahora. La mujer desesperada, muy apurada y sin recursos, conseguía algunos alimentos y provisiones, las más de las veces caducados o casi estropeados, a cambio de dejar en la tienda a su hijita, de nueve años, para que a la salida de la escuela pública ayudase a Golab en las tareas de limpieza y distribución de los víveres en el ultramarinos que tan chapuceramente regentaba. El tendero era egoísta, tacaño e inflexible y, lo peor de todo, desconocía el sentido y significado de la virtud de la caridad.
El padre de Alicia era un buen hombre que se mataba a trabajar por un jornal irrisorio, en estos tiempos de crisis era la única ocupación que había podido encontrar para él. A duras penas había conseguido sacar adelante a su familia. Tenía un trabajo muy duro en la explotación más grande de la comarca minera, que acabó matándole. Y como era emigrante sin papeles, ni posibilidad de conseguirlos, dadas las dificultades que el gobierno establecía para ello, su mujer nunca tuvo derecho a ninguna indemnización ni, mucho menos, a una mínima pensión de viudedad que aliviara su penosa economía.
La empresa minera en la que estaba empleado, sin escrúpulo ninguno, sólo se ocupó de darle un entierro rápido por el único motivo de quietarle pronto de en medio para que se notase lo menos posible su gran falta de humanidad. A la viuda le dieron unos pocos euros que le permitieron mantener fatigosamente a su familia alrededor de seis meses, en esa mera limosna parece que estaba valorada la vida de aquel pobre hombre.
Daryna, la madre, era poco instruida y la única salida que le quedó fue ponerse a trabajar limpiando todo el día por una miseria que apenas les alcanzaba para vivir. Con eso y la ropa usada que algunas personas le donaban conmovidas por su precaria situación, iban sobreviviendo. No había otra cosa y tenía cinco hijos que alimentar. Dos de ellos eran todavía tan pequeños que tenía que llevárselos cuando se iba a trabajar. Así que no quedaba otra, Alicia era la mayorcita y tenía que ayudar de alguna manera.
Casi siempre la niña regresaba a su casa llorando, era tremendo tener que oír los gritos e improperios de Golab durante todo el tiempo que permanecía en la tienda. Constantemente le ordenaba hacer duros trabajos que no eran posibles de realizar por una niña tan pequeña. Ella no podía ni mover los sacos que aquel tirano despiadado le exigía que descargase. Apenas sí podía levantar los sacos de arroz de cinco kilos que más de una vez derramó, desatando el consiguiente ataque de cólera de Golab, que berreaba como un animal fuera de sí…. Este oscuro personaje era un solterón mal encarado, renegrido, desagradable y feo por antipático. Nunca tuvo ganas de casarse y mucho menos de tener hijos, su enorme egoísmo y su gran tacañería se lo impedían. Se conformaba con echar una cana al aire de vez en cuando. Para desahogarse, se iba a tomar unas copas y a acostarse con alguna que otra desventurada por unos pocos euros a un infame bar de carretera cercano a su casa.
Golab no sentía ni un ápice de compasión por la chiquilla a la que no paraba de humillar y en la que descargaba todas sus frustraciones, que eran muchas, porque nadie le quería. Le toleraban pero no sentían ningún cariño por él, no lo merecía.
Daryna, regresaba por la noche tan cansada que apenas se daba cuenta del estado en que llegaba su hijita, mortificada y castigada por un hombre inmisericorde que no tenía ninguna clemencia por la etapa tan calamitosa que atravesaba la familia. La niña sufría en silencio. Aunque no podía evitar llorar no se quejaba, demasiados problemas tenía ya su madre.
Tan sólo había una cosa que alegraba a la niña, leer su cuento favorito. Se lo había regalado su querida abuela Alicia y lo guardaba como un tesoro. Lo llevaba siempre consigo, no salía de casa sin él. Aprovechaba las noches y los recreos del colegio para hojearlo y deleitarse con las descoloridas ilustraciones que tanto le gustaban, el texto se lo sabía de memoria.
Ese era el único momento del día que le agradaba pues, imbuida en la historia se sentía aislada y a salvo. Las compañeras del colegio la ignoraban porque era extranjera y, tampoco, había ningún profesor que le prestara especial atención. Estudiaba y aprendía lo que podía, no mucho, estaba tan cansada y desmotivada por la indiferencia que era imposible que pudiera adelantar más.
Tenía una imaginación prodigiosa y eso le permitía abstraerse y soñar. Ansiaba viajar a sitios hermosos con personas amables que le sonrieran y, donde siempre, estuviera como protagonista el mar. Lugares maravillosos con un mar idealizado que todavía no había podido conocer. Soñaba con crecer y visitar todos aquellos países que estudiaba en geografía, su asignatura favorita.
Pero, que tuvieran mar, eso era imprescindible, su mar soñado y añorado…
Por desgracia, cuando acababa el cuento Alicia tenía que regresar a su oscuro mundo real. ¡Qué hermoso sería vivir cerca del mar!, soñaba despierta. Ese era su sueño, su sueño inalcanzable, su sueño irrealizable, su país de las maravillas…
Un día, entró una señora muy distinguida en la pequeña tienda del perverso Golab. La mujer andaba de viaje y su coche había tenido una avería que no había conseguido solventar, necesitaba ayuda y para ello precisaba llamar por teléfono. Se dirigió al primer local que había encontrado, alejado del pueblo aunque cercano a donde su vehículo se había quedado tirado.
Buenas tardes, ¿podría usar su teléfono? Mi coche ha tenido una avería y necesito pedir ayuda. Al ver la cara de pocos amigos de Golab, le dijo: no se preocupe, por supuesto le pagaré la llamada.
Mientras telefoneaba no pudo evitar oír como Golab hablaba a la niña y se horrorizó. Salió de la trastienda donde había estado telefoneando y arremetió contra Golab: ¿Cómo es usted capaz de hablar así a su hija? Es sólo una niña, una niña pequeña.
No es mi hija, la tengo que aguantar por ayudar a su familia que son todos unos inútiles y unos vagos…
Alicia empezó a llorar y le explicó: tengo que ayudar a este hombre a cambio de un poco de comida que nos da una vez por semana. Mi padre ha muerto, nosotros somos muy pobres y pasamos mucha hambre.
¿Cómo te llamas pequeña y cuántos años tienes?
Alicia y tengo nueve años.
Es ilegal y monstruoso que esta niña esté trabajando con tan corta edad. Voy a denunciarle, esto no se puede consentir.
No se meta bruja, esto no es asunto suyo. Encima que les intento ayudar….
Ayudar, si es usted un abusador, un abusador sin escrúpulos.
Cogió a la niña de la mano y salió horrorizada de la tienda dirigiéndose hacia el coche.
No te preocupes niña, enseguida vendrán a buscarnos. Yo me voy a ocupar de vosotros, iremos a tu casa y hablaré con tu madre. Hay otras opciones que podemos hacer que no sea la de favorecer vuestra explotación.
La niña le dijo que se llamaba Alicia. Pronto se tranquilizó y dejó de llorar. No sabía por qué, pero esa mujer era la primera persona que había conocido a la que le había importado algo. La pequeña la compensó con una hermosa sonrisa y la mujer se lo agradeció dándole un sincero beso maternal en su pequeña cabecita de rubios cabellos. A la niña le encantó su hermoso gesto, las caricias y los besos eran tan escasos últimamente, su pobre mamá ya no tenía tiempo para eso.
Enseguida llegaron a auxiliar a la mujer, Kathia se llamaba. Le llevaron otro coche y una grúa se ocupó del vehículo averiado. Montó a la pequeña en el nuevo automóvil y se dirigieron a su casa.
Cariño, ¿vives aquí, en este lugar tan insalubre?
Kathia tomó cartas en el asunto y habló con su madre. La casa donde vivían era muy perniciosa para la salud de los niños y ella no podía permitir que siguieran allí ni un minuto más.
De momento, les condujo a un albergue donde vivirían provisionalmente. Ella volvería a recogerlos, según les explicó para llevarlos a una casa más grande con otras personas donde podrían vivir desahogadamente.
Les contó que había un lugar en la costa perfecto para ellos. Allí también vivían varias familias que se ayudaban mutuamente. Algunas mujeres cuidaban de los pequeños mientras otras se iban a trabajar. Kathia ayudaba a todos ellos y atendía sus necesidades. Era su proyecto de vida, un proyecto de vida muy altruista, un ambicioso plan social que había conseguido poner en marcha al heredar una nada despreciable fortuna de su esposo del que enviudó muy joven.
Kathia nunca llegó a tener hijos. Después de perder a su bebé cuando estaba en avanzado estado de gestación, ya no le fue posible concebir. Tuvieron que operarla de extrema gravedad para salvarle la vida, pero la dejaron sin esa posibilidad.
Pero ese infortunio no la hizo hundirse, gracias a Dios, esa amarga experiencia sólo la transformó en una persona diferente. Se había prometido a sí misma y a su querido hijo no nacido que ayudaría a otros niños, sentía que ese era el mejor tributo que podía hacerle a su pequeño.
Por eso se volcaba con los niños y los hubiera querido adoptar a todos. Eso la salvaba de la pasividad y le permitía hacer algo bueno, los pequeños eran tan inocentes y el mundo estaba tan corrompido. El desempeñar con tanto fervor su obra de caridad humana era, ahora, la mayor razón de su existencia.
Y, llegó el día… Kathia se desplazó en un pequeño autobús a recoger a Daryna y a su prole, aunque le sobraba vehículo porque la verdad era que pocas muy cosas tenían que llevar. El viaje era largo, pero al fin llegaron. Dejaron atrás un pueblo muy bonito y subieron hasta un enorme cerro. Allí se elevaba majestuosa una gran edificación rodeada de pequeños bungalows que se repartían a lo largo de la colina. Todo aquello estaba rodeado de un amplio jardín en el que jugaban varios niños tutelados por algunas personas. El aire era limpio y se respiraba vida y mucha alegría. Tenían casi de todo, hasta una escuela, ya que uno de los integrantes de ese grupo de personas había sido antes maestro y de los mejores. Se les veía a todos felices, muy felices.
Cargaron sus escasos bártulos y Kathia les condujo a uno de las viviendas situadas en la parte más alta. Bueno, aquí vais a vivir, espero que os guste. Y abriendo los grandes ventanales de la terraza les dijo, qué entre la luz del sol y la esperanza en vuestro nuevo hogar…
Alicia se acercó a Kathia y ésta la cogió en brazos para que pudiera contemplar el maravilloso panorama… El mar, allí está el mar, gritó la niña, llorando de emoción y de felicidad, abrazada a la mujer. El mar, mi mar soñado…
Por fin la fortuna les había sonreído y una maravillosa hada madrina había hecho posible este hermoso milagro.
Madrid, 17 de febrero de 2017
Ana María Pantoja Blanco
Una frase que una vez leí en alguna parte, no se su autor, pero me encanta: Sólo hacen falta tres palabras para dar inicio a un sueño “Confío en mí”…
Qué fascinante el personaje de Kathia, con esa gran historia de superación y de lucha contra las injusticias, un ejemplo de vida.
Me encantó el cuento, muy esperanzador.