(Rufino es un personaje un poco atolondrado y despistado, muy nuestro, como de la familia. Su autora nos hace compartir con él múltiples y divertidas aventuras que nos deleitan. En nuestras reuniones nos reservamos a Rufino para el final, para poder marcharnos con una inmensa sonrisa que siempre nos regala)
Eran los días precedentes a la Navidad y Rufino se había tomado vacaciones. Su jefe le había dicho: mire Rufino ya que estamos en Navidad y que no tenemos ningún caso urgente que resolver, tómese unos días de descanso.
Rufino se alegró, tenía ganas de hacer algo diferente y romper la rutina del curro diario. Además, le apetecía ir a ver el alumbrado de la ciudad.
Paseó por las calles más céntricas y, una vez agotado y con los pies doloridos, se sentó en el banco de una recoleta plazuela que encontró a su paso, detrás de El Corte Inglés, justo por la parte de Cortilandia.
Se entretuvo en observar el ir y venir de las gentes, familias enteras llevando tres o cuatro críos de la mano, sonrientes y alegres con sus cuernecillos de reno en las cabezas, pelucas, gorritos; padres cansados pero felices al ver disfrutar a sus seres queridos.
En cambio, él no tenía con quien compartir, con quien pasear, a quien hacer un regalo, nadie para disfrutar de aquellos entrañables días.
Al poco de estar sentado, llegó una vieja harapienta con un desvencijado carrito de bebé en el que portaba unas mugrientas bolsas de plástico repletas de Dios sabía qué. Se sentó a su lado, con voz ronca y temblorosa dijo:
-Oiga joven aguerrido ¿tiene fuego? -poniéndose un cigarrillo a medio usar entre los labios.
-Sí -dijo Rufino solícito sacando un encendedor de su bolsillo.
-Gracias joven ¿quiere uno? -le dijo sacando otra sucia colilla de su delantal.
-No gracias -rechazó él con un gesto de repugnancia – no fumo.
-Y ¿cómo es que lleva un encendedor?
-Bueno por si alguien lo necesita como ahora Vd.
-Ah, vale.
La anciana sacó de una de sus mugrientas bolsas un brick de vino y echó un trago. Se lo tendió al agente.
-¿Quiere?
-No gracias- volvió a rechazar él mirando hacia otro lado.
-Porca miseria – masculló la harapienta- vaya coña de vida, llevo todo el día callejeando de acá para allá para sacar algo y ni siquiera he reunido para pagarme un viejo camastro en cualquier rincón. Otro día que tendré que buscar un cajero.
-Así es la vida -dijo Rufino- unos por unas cosas y otros por otras nadie está contento con su destino.
-Sí, y unos más que otros -masculló la anciana entre dientes-.
-¿No le importa si le dejo aquí mis bártulos? Voy a comprarme un bocata con lo poco que me han dado. Esta será mi cena, ni siquiera una sopa caliente me puedo tomar… ¡porca miseria¡
La pordiosera volvió con un bocadillo de calamares y se dispuso a comerlo, echando de vez en cuando un trago de vino. Después se enzarzó en una jocosa conversación con el agente, la cual no tenía ningún interés para él. Un rato después Rufino se despidió.
-Bueno señora ahí la dejo, que encuentre donde dormir.
-Sí, no se preocupe, tengo un montón de cajeros donde guarecerme, de eso estoy bien surtida.
Al día siguiente Rufino volvió a pasear por el centro y sin saber cómo, se encontró en la recoleta placita del día anterior, se sentó en el mismo banco y poco después oyó la voz aguardentosa de la vieja mendiga.
-Hola joven aguerrido, otra vez nos volvemos a ver.
-Sí, eso parece -contestó Rufino de mala gana-
-No parece Vd. muy feliz, ¿No le gusta la Navidad?
-Sí, si me gusta, pero es triste pasarlo solo, no tengo familia.
-Es cierto, en estas fechas es cuando más se añora no tener a nadie con quien compartir el espíritu navideño, hacer las compras, los regalos, ver escaparates, visitar nacimientos de la mano de la familia -comentó la vieja.
-Sí -dijo Rufino dando un profundo suspiro – así es.
-Y encima vaya mal día que he tenido hoy, apenas he podido afanar cuatro tonterías, nada interesante que pueda vender. Menos mal que he mangado este broche – dijo la anciana mostrándole su viejo chal sujeto por un bonito adorno.
– Es un caballito de mar de cristal y el ojo es un falso diamante, me hacía ilusión tenerlo porque yo me llamo Diamantina ¿sabe? ¡mire que bonito es¡
Oiga, ¿por qué no viene a pillar conmigo por ahí?, le advierto que es muy divertido, eso de ver si te van a echar el guante o no, si te van a llevar al trullo. Mira, a mí me harían un favor, así dormiría más caliente que en el cajero.
-No señora, yo no sirvo para eso, soy muy cobarde.
-Va, no crea, todo es empezar, y cuando te acostumbras hasta te gusta.
Después de un rato de charla Rufino volvió a repetir la despedida del día anterior.
-Bien señora, ahí la dejo, que duerma bien.
-¿Le volveré a ver, joven? Me gustaría desearle felices fiestas.
-No lo sé ando por ahí un poco perdido, ya veré si me acerco por aquí.
Llegó el día veinticuatro. Rufino se dijo:
-Bueno, que esté solo no quiere decir que no lo celebre. Compraré un pollito relleno, de esos que ya vienen guisados, y un par de barras de turrón, una de praliné y otra de nueces con nata, que son los que más me gustan y una botellita de sidra para acompañar, del Gaitero como siempre. En fin, me acercaré al Corte Inglés.
Una vez echas las compras salió por una puerta que daba justo a la pequeña plazoleta. Se acercó al solitario banco, esperó a ver si venía la anciana, le apetecía felicitarle las pascuas, pero parece que hoy no venía. Esperó un rato más, cuando ya se iba la vio a lo lejos renqueando como siempre y tirando de sus sucios y pobres enseres. En una mano llevaba una abultada y nueva bolsa del Corte Inglés.
-¡Ay joven aguerrido, vengo sofocada¡, he ido a mangar mi cena de Nochebuena.
Se sentó en el banco y con tono alegre dijo:
¡Mire joven! he birlado una caja que lleva dentro un cochinillo ya cocinado, solo hay que calentarlo, claro que yo lo tendré que comer frío. Mire también he pillado paté, salmón y una botella del mejor champán francés y hasta dos copas de plástico, quería brindar con Vd. por si no volvemos a vernos.
-Se lo agradezco señora, tendré mucho gusto en que brindemos y además con champán del bueno, bueno.
-Pero antes espere un momento, enseguida vuelvo, cuide de mis bártulos y mi cena ¡no se impaciente¡ -le dijo desde lejos.
Rufino se entretuvo viendo pasar a la gente cargada de bolsas. De pronto se quedó sorprendido. A lo lejos vio a una bella joven que le hacía señas y le sonreía, estaba muy elegante vestida. Pero, lo más sorprendente era que llevaba prendido en la solapa el caballito de mar de su amiga la harapienta.
¿Sería hija suya aquella agradable joven?
La mujer llegó hasta él y le dijo con la misma ronca voz de la anciana.
-Hola joven aguerrido, ya estoy aquí.
Rufino no podía pronunciar palabra.
-Pero como… ¿es Vd. Diamantina?
-Si joven, yo soy.
-Entonces ¿la vieja mendiga?
-Era un disfraz. Yo soy detective y estamos siguiendo los pasos de esos camellos que pululan por aquí para ver quién es el jefe y para eso me infiltré entre ellos y me pareció que lo mejor era disimularme de harapienta. Yo vivo en Barcelona y he venido solo para vigilar a estos indeseables y claro, igual que tu pasaré esta noche sola. De modo que si no tienes inconveniente y me invitas a tu casa podemos hacernos mutua compañía. Nos comeríamos el cochinillo y brindaríamos con champán, pero no en copas de plástico, sino de cristal.
-Pero Diamantina ¿de verdad que robaste todo eso en los almacenes?
-No hombre, simplemente lo compré en previsión de que me invitaras a tu casa.
-Vaya, pues sí que he tenido buena suerte, por una vez no pasaré la Navidad solo. ¡Que buen regalo me ha traído Papá Noël¡
-Anda vamos -dijo Diamantina alegremente- que se va haciendo tarde y tenemos que calentar el cochinillo.
-¡Y brindar con champán francés¡ – dijo Rufino más alegre de lo habitual.
12 diciembre, 2011
Geli O.F.
Rufino, esta vez, tuvo una buena recompensa.
Ya era hora de que Rufino apareciera en escena.
Qué fácil es acostumbrarse a él, forma parte ya de nuestra historia.
Rufino ha utilizado una vez más su «artilugio» y aquí lo tenemos. Bienvenido amigo.