Había una vez una linda campesina que vivía en un pueblecito de la montaña. Le gustaba andar por el campo recogiendo flores silvestres que reunía en diminutos ramitos, para prenderlos en su bonito sombrero de paja que su madre le había comprado en el mercado y que se anudaba con una cinta de raso azul.
Adoraba estar al aire libre. Disfrutaba mucho retozando en el césped, fresco y mullido, sobre todo en los calurosos días de verano. Jugaba y se entretenía con todos los animalillos que encontraba en su camino y se deleitaba con el armonioso canto de los pajarillos que poblaban el lugar. Era muy feliz, tenía toda la naturaleza al alcance de su mano.
Un día, andaba abstraída en sus correrías por los cotidianos parajes que frecuentaba, cuando oyó un ruido ensordecedor que ahuyentó a dos conejitos que jugaban a su alrededor. ¿Quién osaría perturbar la calma de aquel lugar? Ella se estremeció, jamás había oído un ruido tan fuerte, parecían truenos. ¿Qué sería aquello?
Se asomó al camino y divisó una siniestra figura vestida de negro, sentada encima de un artefacto de dos ruedas que emitía un sonido atroz. El extraño personaje iba cubierto con un casco oscuro y estaba lleno de polvo. Subido en el raro engendro mecánico, escalaba y bajaba empinadas cuestas levantando una espesa polvareda que le envolvía por completo. La niña se quedó mirándole y el individuo se percató. Paró de pronto su embarrada motocicleta y, lentamente, se dirigió hacia ella, que con sentimiento de temor veía como se le acercaba.
-¡Hola!, -la saludó-, ¿qué haces por aquí?
-Recoger flores. Y, ¿tú?,-le interrogó intrigada-.
-Yo practico motocross, éste es un lugar ideal.
-¿Qué es eso?, -dijo la pequeña campesina-.
-Es un deporte, -respondió él-. Se trata de recorrer con una moto como ésta, especial para practicarlo, caminos rurales, cuestas y barrancos, charcos y lugares inaccesibles para un vehículo normal.
-Pero, con eso asustarás a todos los animalitos del bosque.
-Ah, nunca lo había pensado, -dijo despreocupado-.
De pronto, se quitó el casco, era un chico sólo un poco mayor que ella.
-¿Cómo te llamas?, -dijo él-.
-Blanca. Y, ¿tú?
-Yo me llamo Carlos. ¿Quieres subir conmigo en la moto?
-No sé, me da un poco de miedo.
-No temas, no te pasará nada, es muy divertido.
El corto paseo fue muy emocionante para Blanca, nunca había experimentado una sensación tan completa de libertad. Le gustó recorrer, en un momento, todos los parajes que tan bien conocía. Ella y el muchacho se hicieron buenos amigos, ya que él aparecía a menudo para practicar su deporte favorito. Otras veces, cuando hacía demasiado calor, traía una potente moto con la que también daban largos paseos por la carretera.
Con el tiempo se siguieron viendo. Ella se hizo mayor. Juntos iban a todas partes en las ruidosas motos y disfrutaban a tope de la naturaleza.
Un día oyeron gritos, parecían venir del otro lado del río. Vamos, dijo Carlos, parece que hay alguien que necesita nuestra ayuda. Atravesaron el cauce por la zona menos profunda, sorteando piedras y saltando entre las aguas. Gracias a su moto y a la gran destreza del joven, lograron llegar enseguida a la orilla del río donde divisaron a un muchacho que daba violentas brazadas en el agua y gritaba presa del pánico. Sin pensarlo dos veces Carlos se lanzó al agua y, no sin grandes esfuerzos, consiguió sacar a la persona que se estaba ahogando. Poco después pidieron ayuda pues el chaval, aunque fuera de peligro, no se encontraba muy bien, todavía estaba muerto de miedo. Enseguida llegaron a socorrerles y les comentaron… – sí no hubiera sido por vosotros, éste no lo contaba.
Blanca estaba muy orgullosa de su amigo por haber salvado al pobre chico que, sin duda, pronto se recuperaría.
Poco después empezaron a frecuentar fiestas, conciertos y otros ambientes con los amigos de Carlos. Blanca se hizo rockera como ellos y se compró un bonito traje negro de cuero y un casco rojo reluciente. Por aquel entonces ya los dos eran inseparables.
En otra ocasión, fueron a una hermosa playa y dieron un largo paseo. Era de noche, la luna brillaba y el sonido de las olas puso a Carlos romántico. Además, había comprado a Blanca un regalo por su cumpleaños.
-Mira Blanca, te he comprado un pareo para la playa.
-Carlos, ¡qué bonito, me encanta! Y, lo has elegido azul, mi color preferido.
Entonces, se atrevió a pedírselo.
-¿Quieres venirte a vivir conmigo?,-le dijo mirándola fijamente a los ojos-Su mirada centelleaba ilusión.
-Claro, nada me gustaría más. Sabes que te quiero, estaba deseando oírtelo decir, llevo mucho tiempo esperando que me lo pidieras.
Ambos se dieron el más romántico de los besos.
Y poco queda por contar, después de vivir un tiempo juntos se casaron y fueron muy felices. Tanto, que hoy día tienen una pequeña y graciosa rockerita llamada Laura, que está tan loca por la naturaleza y por las motos como sus papás.
10 marzo, 2016
Ana María Pantoja Blanco
Es muy original respecto a los cuentos tradicionales, rompe esquemas.