Mario Benedetti

Aunque cultivó todos los géneros literarios y el mismo se definía como un autor “comunicante”, también fue un comprometido y destacado poeta de la Generación del 45. Aquí os dejo unos versos que he seleccionado como prueba significativa de su gran obra poética.

No te rindas

No te rindas, aún estas a tiempo de alcanzar y comenzar de nuevo, aceptar tus sombras, enterrar tus miedos, liberar el lastre, retomar el vuelo.

No te rindas que la vida es eso, continuar el viaje, perseguir tus sueños, destrabar el tiempo, correr los escombros y destapar el cielo.

No te rindas, por favor no cedas, aunque el frio queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se esconda y se calle el viento.

Aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños, porque la vida es tuya y tuyo también el deseo, porque lo has querido y porque te quiero.

Porque existe el vino y el amor, es cierto, porque no hay heridas que no cure el tiempo, abrir las puertas, quitar los cerrojos, abandonar las murallas que te protegieron.

Vivir la vida y aceptar el reto, recuperar la risa, ensayar el canto, bajar la guardia y extender las manos, desplegar las alas e intentar de nuevo, celebrar la vida y retomar los cielos.

No te rindas por favor no cedas, aunque el frio queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se ponga y se calle el viento.

Aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños, porque cada día es un comienzo, porque esta es la hora y el mejor momento, porque no estás sola, porque yo te quiero.

Benedetti con Luz, su mujer… la luz que le inspiró.

El sur también existe

Con su ritual de acero, sus grandes chimeneas,
sus sabios clandestinos, su canto de sirena,
sus cielos de neón, sus ventas navideñas,
su culto de Dios Padre y de las charreteras
con sus llaves del reino, el Norte es el que ordena.

Pero aquí abajo, abajo, el hambre disponible
recurre al fruto amargo de lo que otros deciden
mientras el tiempo pasa y pasan los desfiles
y se hacen otras cosas que el Norte no prohíbe.
Con su esperanza dura, el Sur también existe.

Con sus predicadores, sus gases que envenenan,
su escuela de Chicago, sus dueños de la tierra,
con sus trapos de lujo y su pobre osamenta,
sus defensas gastadas, sus gastos de defensa.
Con su gesta invasora, el Norte es el que ordena.

Pero aquí abajo, abajo, cada uno en su escondite
hay hombres y mujeres que saben a qué asirse
aprovechando el sol y también los eclipses,
apartando lo inútil y usando lo que sirve.
Con su fe veterana, el Sur también existe.

Con su corno francés y su academia sueca,
su salsa americana y sus llaves inglesas,
con todos sus misiles y sus enciclopedias,
su guerra de galaxias y su saña opulenta,
con todos sus laureles, el Norte es el que ordena.

Pero aquí abajo, abajo, cerca de las raíces
es donde la memoria ningún recuerdo omite
y hay quienes se desmueren y hay quienes se desviven
y así entre todos logran lo que era un imposible
que todo el mundo sepa que el Sur, que el Sur también existe.

 Juan Manuel Serrat dedicó su decimonoveno disco al gran poeta uruguayo Mario Benedetti.

La madre ahora

Doce años atrás, cuanto tuve que irme,
dejé a mi madre junto a la ventana mirando la avenida.

Ahora la recobro sólo con un bastón de diferencia,
en doce años transcurrieron ante su ventanal algunas cosas:
desfiles y redadas, fugas estudiantiles, muchedumbres,
puños rabiosos y gases de lágrimas, provocaciones,
tiros lejos, festejos oficiales, banderas clandestinas,
vivas recuperados después de doce años.

Mi madre sigue en su ventana mirando la avenida
o acaso no la mira, sólo repasa sus adentros,
no sé si de reojo o de hito en hito sin pestañear siquiera,
páginas sepias de obsesiones con un padrastro que le hacía
enderezar clavos y clavos, o con mi abuela la francesa
que destilaba sortilegios o con su hermano el insociable
que nunca quiso trabajar, tantos rodeos me imagino
cuando fue jefa en una tienda. cuando hizo ropa para niños
y unos conejos de colores que todo el mundo le elogiaba.
Mi hermano enfermo o yo con tifus, mi padre bueno y derrotado
por tres o cuatro embustes, pero sonriente y luminoso
cuando la fuente era de ñoquis.

Benedetti con su madre, Matilde Farrugia.

Ella repasa sus adentros, ochenta y siete años de grises,
sigue pensando distraída y algún acento de ternura
se le ha escapado como un hilo que se le ha escapado,
como un hilo que no se encuentra con su aguja.

Cómo quisiera comprenderla cuando la veo igual que antes
desperdiciando la avenida, pero a esta altura qué otra cosa
puedo hacer yo que divertirla con cuentos ciertos o inventados,
comprarle una nueva tele o alcanzarle su bastón.

Mario Benedetti Farrugia

 (“Me gusta la gente que vibra, que no hay que empujarla, que no hay que decirle que haga las cosas, sino que sabe lo que hay que hacer y que lo hace. La gente que cultiva sus sueños hasta que esos sueños se apoderan de su propia realidad”)

Benedetti recibiendo el premio Reina Doña Sofía de Poesía Iberoamericana.

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