Te has puesto a pensar en cuántos zapatos nos habremos puesto para recorrer el largo trayecto que nuestro destino nos viene a marcar.
Ponte los zapatos, y mira adelante, hay que caminar…
Los primeros chiquitos para aprender a andar, luego resistentes porque en el colegio tienes que instruirte para salir luego a correr y jugar.
En la adolescencia los quieres bonitos y quieres que luzcan, tienes que brillar pues, sobre seguro, te vas a enamorar.
Sí eres afortunado y encuentras lo que quieres, unos zapatos nuevos y resplandecientes te conducirán al altar.
Prácticos y cómodos cuando seas mamá, pues los niños chicos cuánta guerra dan.
Y tacones altos para celebrar la vida que tienes… ¿qué par de zapatos te gustarían más?
Un refrán nos dice: “ni amor forzado ni zapato apretado”, y a estas alturas ya te habrás enterado.
Una vida nueva te estás planteando, la persona que te acompañaba te falta al respeto y te está fallando…
Cada uno sabe dónde le aprieta el zapato, sí te los quitas pronto sólo te dolerá un rato.
Cómprate unos nuevos, reinventa tu vida, porque los zapatos se hacen para andar y en esa vereda puedes reencontrar un fiel compañero en quien confiar.
Camina tu senda, humilde y sencilla, no juzgues a nadie sin vivir su vida. Hay que resurgir y recordar siempre: “vive y deja vivir”.
Y, cuando llegues al final del trayecto, libera tus pies porque ya te duelen, porque así naciste y así es como debes volver, con los pies desnudos al anochecer.
La conciencia limpia y con muchas ganas de llegar a ser el alma que busca una paz eterna que te de cobijo, bello paraíso donde hallar descanso, un dulce remanso donde permanecer.
23 junio, 2023
Ana María Pantoja Blanco
Ana, que bonito poema.
Me ha encantado porque tocas muy bien muchísimos aspectos en la vida, de casi todas las personas, a través de algo tan sencillo como aparentemente son «unos zapatos».
Muy descriptivo, como la vida misma.