Memorias de un lápiz, de Joana Cabeza Espino

Hola. Me presentaré: soy un lápiz.

Sí, ya lo sé, los lápices no hablan, diréis. Pero ¿no estamos en el mundo de la imaginación, de la escritura y de la prosa?

Esta es mi historia:

Todo comenzó cuando en una pequeña y agradable papelería de aquel pueblo, una niña de unos doce años me compró.  Pidió un lápiz y la señora que la atendía le indicó donde se encontraba nuestro bote. Nos tenía a todos bien colocaditos en un frasco de vidrio en un estante de la pared.

Enseguida me eligió a mí, no porque fuera un modelo nuevo, no.  Yo soy un lápiz de aquellos de toda la vida, bien simple: con rayas negras y amarillas, hecho de madera y con la mina de grafito, como muestra la ilustración.

La verdad es que tengo un don muy especial: ayudar a todo aquel que quiera escribir cuentos fantásticos.  Me da completamente igual que sean de terror, reales, para hacer reír, para llorar, sobre la amistad, el amor… si conviene. También puedo ayudar a declararse a un par de enamorados que se escriben cartas escondidas. Cabe decir que, a veces, también me utilizan para escribir cosas no tan bonitas como notitas en clase a la hora que el maestro está explicando.

Bueno, me he desviado un poco del tema, pero todos los lápices somos iguales, nos gusta recordar nuestras cualidades.

¿Por dónde íbamos? ¡Ah!, sí. Os estaba explicando cuando nos encontramos, es verdad, aunque no os había dicho aún su nombre, la niña se llama Laura.

Laura es una chica muy bonita y con unas ganas locas de viajar y conocer mundo.  Por eso escribe cuentos que pasan en países muy lejanos y se imagina como deben vivir allí sus gentes.

El hecho es que, después de salir de la tienda, Laura corrió hacia su casa mientras me decía que juntos nos lo pasaríamos muy bien y escribiríamos cuentos muy bonitos, divertidos y especiales.

Cuando llegamos, lo primero que hizo Laura fue sentarse en su escritorio y empezar a escribir.  De vez en cuando, paraba.  Se ponía a pensar y borraba algún trozo para volverlo a escribirlo mejor, o más divertido.

Viajamos por muchos países desconocidos, volamos en avión, fuimos a cruzar el río Nilo en barco, hicimos surf en Hawaii, nos hicimos pequeños como una hormiga y grandes como un gigante.  Pero, lo más importante es que nos lo pasamos de maravilla.

Disfrutábamos de la compañía y el tiempo pasaba.  Ella crecía y yo … poco a poco me iba haciendo pequeño.  Cada vez que me tenía que sacar punta era un sufrir y la señal que nos decía que cada vez faltaba menos para separarnos.

Un buen día, cuando a Laura ya le costaba escribir conmigo porque era demasiado pequeño, me dijo:

¡Lo siento mucho, pero ya no puedo cogerte con mis dedos, me lo he pasado tan bien compartiendo viajes contigo…!

Yo le respondí:

¡Yo también !, me lo he pasado de maravilla contigo. Estoy muy contento de que seas toda una escritora. Confío en que compartirás tus ganas de escribir y tu imaginación con todos tus amigos porque se lo puedan pasar igual de bien que nosotros.

Dicho esto, mis restos desaparecieron.

Quizás a alguien le puede parecer que mi historia tiene un final triste, pero no es verdad.  Los lápices estamos hechos para dejar nuestra alma escrita en un papel y, si lo que escribimos es bonito, ya estamos más que contentos. Así que mi final triste habría sido que Laura hubiera hecho un mal uso de mí.

Mayo 2009
Joana Cabeza Espino
(12 años, Segundo Premio de Prosa del
Centro Germán Vila Riera, Camprodón)

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9 comentarios en «Memorias de un lápiz, de Joana Cabeza Espino»

  1. Muchas gracias a la editora ANA por publicar en tu blog este bonito cuento y a Joana, la escritora, mi sobrina, por el precioso regalo que me hizo cuando tan solo contaba 12 añitos de edad…. hace ya casi 10 años.
    Un besote para ambas.
    Daniel

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  2. Me ha encantado el cuento,
    muy bien escrito teniendo en cuenta la edad de Joana. Una imaginación y narrativa privilegiada. Enhorabuena a ambas, a una por escribirlo y a otra por compartirlo.

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