Fundido a blanco

¿Qué es esto? ¿Dónde voy? -se preguntó de pronto la joven, completamente asustada, como si acabara de despertar de una atroz pesadilla-.

Pero ¿qué estoy haciendo? Se miró las manos sobre el volante, estaba conduciendo a no se sabe dónde.

Era incapaz de recordar nada, ni de donde venía ni a donde iba y, lo peor de todo, no sabía quien era. Tampoco parecía reconocer la carretera ni el paisaje. El tiempo anterior a su conciencia estaba vacío de contenido, todo estaba en blanco. Se buscó en el retrovisor y no se sorprendió, parecía que su cara sí le era familiar, pero no podía recordar nada más.

Examinó detenidamente el interior del coche, no lo recordaba bien, pero sabía exactamente cómo funcionaba todo y lo que iba a encontrar en él. Tanteando en el asiento de atrás encontró una chaqueta, la cogió y se la acercó al rostro. Era suya, no cabía la menor duda, podía oler lo que estaba segura, era su perfume. La apartó dejándola en el asiento delantero y entonces vio un bolso, sin duda también debía pertenecerle.

Pensaba parar en el arcén y mirar tranquilamente su contenido. Esto lo explicará todo –pensó-. He debido de sufrir algún mareo momentáneo que me ha dejado aturdida. Gracias a Dios que no ha pasado nada, habría podido tener un accidente.

Estaba a punto de parar cuando se cruzó con un coche que pasaba en dirección contraria. Los dos vehículos iban muy despacio, así que pudo ver a la persona que conducía el automóvil con el que se acababa de cruzar.

Papá -se le escapó-, pues había reconocido al hombre de mediana edad que al mirarla le había sonreído dulcemente. En ese momento, un sentimiento de emoción y ternura la invadió por completo. Tocó nerviosamente el claxon para llamar su atención y volvió rápidamente la cabeza para no perderle de vista. Pero ya no había nadie, solo la carretera, su imagen se había desvanecido.

Era mi padre, estoy segura, es de lo único que puedo estar segura –exclamó-.

Ahora quería parar, pero no era fácil, circulaba por una estrecha y arriesgada carretera. Conducía despacio esperando encontrar un sitio adecuado en el que su coche no representara ningún peligro ni obstaculizase el paso a ningún automóvil.

Muy cerca se divisaba un pueblo, un pueblo pequeño que ella parecía conocer. Yo he estado aquí -afirmó-. El panorama y la campiña le eran cada vez más familiares, descubriéndole a donde se estaba dirigiendo.

Despacio, muy despacio, se fue adentrando en el pueblo. Algunas personas a su paso la saludaban, parecían conocerla muy bien. Ella en su interior podía intuir quienes eran y, aunque no les recordaba bien,  instintivamente les devolvía el saludo.

Cuando llegó a la plaza principal, giró sin titubear a la derecha y se metió por una calle estrecha. Decidida frenó ante una de las casas, de grandes paredes blancas cuajadas de macetas con multitud de flores, después estacionó correctamente el coche y se apeó.

Calmada y satisfecha respiró profundamente el aire puro y se llenó los pulmones con la fragancia y la frescura de las flores. Era un aroma suyo, un aroma que le pertenecía. Qué segura y qué bien se sentía.

Encima de un banco de piedra, en la misma fachada de la vivienda, había un pequeño gatito adormilado. Hola “Pícaro”… ¡cuánto te he echado de menos! –le dijo feliz al verle, tomándolo cariñosamente en sus brazos y acariciándolo-.

Luego, abrió el portalón de la casa que sólo estaba entornado y pasó dentro. Una agradable mujer le dijo: Hija cuánto has tardado, te estamos todos esperando para el almuerzo.

Pero ya estoy aquí mamá, -le respondió con naturalidad- dándole un cotidiano beso en la mejilla…

Uno de los monitores de la UCI del hospital no paraba de avisar alarmantemente, pitando sin parar y, un revuelo de enfermeras se agrupaba con angustia alrededor de una de las camas.

Corre, date prisa, avisa al doctor, la anciana de la tres está en las últimas… Rápido, ya no le queda mucho tiempo –gritaba una de ellas-.

No se oyó nada más, todo quedó en un absoluto silencio.  Un fundido a blanco disolvió toda la escena transformándola.

 

En la casa todos comían tranquilamente y reían alegres, disfrutando de las historias que la joven les contaba. Hablaba sin parar, tenía tantas cosas que contarles. Por fin sabía quien era y donde estaba, había conseguido llegar a su destino.

21 enero, 2012
Ana María Pantoja Blanco

7 comentarios en «Fundido a blanco»

  1. Tengo cerca a alguien que está entrando en ese camino oscuro. Se me parte el corazón, claro que puede suceder llegando al final.
    Fantasía o realidad, el relato es conmovedor.

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  2. Bonito, agradable y tierno este “después” que tan dulce has relatado….. ojalá fuese otra posterior “realidad virtual” a nuestra terrenal existencia. Un beso

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