Espíritu de luz

(Dedicado a esos ángeles que existen entre nosotros, nos rozan con sus alas y nos impregnan de su inmensa bondad… ♥… Gracias a mi ángel…..♥)

Allí estaba él, desengañado de la vida y sin fuerzas para seguir luchando…

Pensaba que había tocado fondo y que ya no encontraría otra salida. Sentado en su vieja furgoneta vigilaba la gasolinera que planeaba robar en el momento propicio. Nunca había hecho mal a nadie, pero ahora, quería vengarse de su mala fortuna y escapar de todo y, para ello, necesitaría dinero para comprar un pasaje a cualquier parte…

Por delante de su coche cruzó tambaleándose una muchacha. De pronto, la chica se derrumbó cayendo desvanecida como un guiñapo, bajo los atónitos ojos del muchacho. Entonces, sintió un fuerte e irreprimible impulso interior y corrió a socorrerla.

Era como un ángel, una pálida y frágil criatura que había perdido la conciencia al desplomarse en el suelo. Estaba lánguida y desvalida, como una marioneta rota.

Señorita -le gritaba-. Señorita, por favor, conteste… Sin embargo, su esfuerzo era en vano pues no había ninguna reacción por parte de la muchacha.

Vociferó pidiendo ayuda… Aunque no había nadie a su alrededor, era un lugar muy solitario y él lo sabía. Esa era la principal razón por la que había decidido robar en esa gasolinera, porque se encontraba en un perdido rincón de la ciudad. Al ver que era inútil esperar cualquier clase de ayuda y, al no manifestar la chica ninguna reacción, decidió recogerla. La subió con cuidado en su furgoneta y se apresuró a llevarla al hospital más cercano.

La joven no parecía tener más de veinte años, aunque tenía la tragedia dibujada en su angelical rostro. Siempre había creído que la desdicha se había cebado con él, negándole cualquier oportunidad para salir adelante, pero cuánto se equivocaba. Él, ni mucho menos, tenía la exclusiva del sufrimiento.

Tras el precioso rostro de la muchacha se ocultaba mucho desamparo. En realidad, tenía 22 años de dura y terrible vida, aunque no los aparentase. Emigró de su país cuando apenas cumplió la mayoría de edad. En su región no había trabajo para nadie y le habría sido imposible salir adelante, por eso decidió emigrar como muchas de sus congéneres. Se quedó huérfana a los seis años y ahora sólo le quedaba su abuela, una humilde y bondadosa mujer desgastada por el tiempo y el duro trabajo. La abuela era la única persona que, después de sus padres, la había querido y cuidado. Pensaba traerla cuando hubiera organizado su vida, para también poder cuidarla y mantenerla mientras viviera. Su principal objetivo era que no le faltase nada, se lo debía a ella y a su conciencia.

Después de dar muchos tumbos y llamar a muchas puertas, al final consiguió una ocupación en una modesta fábrica. Era un trabajo precario, pero era algo. Muchas horas de faena para un modesto salario, pero era lo que había.

Pasados unos meses Anika -que así se llamaba la muchacha-, enfermó. Tenía una severísima anemia y un agotamiento crónico. Apenas comía y descansaba poco, no invertía nada en cuidarse pues la mayor parte de lo poco que ganaba se lo enviaba a su abuela, que también estaba muy necesitada y enferma.

Nunca quiso faltar a su trabajo por miedo a que la despidieran y por eso lo aguantaba todo. El cansancio y la desnutrición no tardaron en mermarle las fuerzas, deteriorando su salud y dejándola en una situación de total indefensión.

Como no se alimentaba como debía, había adelgazado mucho. Y lo poco que conseguía retener, luego lo vomitaba, era un círculo vicioso. Esa extrema debilidad era lo que había causado su desvanecimiento y pérdida de conciencia.

Cuando pudieron reanimarla en el hospital, le explicaron a Miguel -que así se llamaba el muchacho- la situación de la joven y se sintió muy avergonzado. Él, en su egoísmo, pensaba que era único en su desgracia, pero… ¿cómo se atrevía quejarse, un hombretón como era, cuando esa muchacha necesitaba tanta ayuda? Era muy fuerte y estaba sano, tenía mucho que agradecerle a Dios. Entonces, decidió hacerse una promesa a sí mismo: ayudaría a ese ángel de esperanza que había conseguido salvarle de entrar en el mal camino. Ella, con su desgracia, había impedido que se convirtiera en un despreciable delincuente que quién sabe dónde hubiera podido acabar.

Ahora tenía algo por lo que luchar y no se iba a rendir. Iba a sacar adelante a su ángel, aunque tuviera que pasar las noches en vela descargando camiones en el mercado de abastos, única ocupación que últimamente había encontrado.

Un espíritu de luz le había salvado de descarriar su destino dándole una lección de humildad que nunca olvidaría.

Ahora, todos sus esfuerzos los iba a dedicar a devolverle el favor y a devolverle la vida, como ese ángel había hecho con él, con su arcángel, devolviéndole la integridad y el orgullo.

20 febrero, 2012
Ana María Pantoja Blanco

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4 comentarios en «Espíritu de luz»

  1. O estoy con la regla, y sabes que no tengo edad, o muy sensible por el día gris y tristón que tenemos hoy, pero se me han caído dos lagrimones y aún tengo el nudo en la garganta.
    Es un cuento precioso y lleno de matices. Alegría, tristeza, esperanza y desespero y sobre todo fe en el futuro, que por malo que sea puede cambiar de un momento a otro. Solo es necesario un poco de luz angelical en nuestras vidas.
    Me encanta!

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