(Publicado en El Diario de Jerez el 6 de mayo de 1990 y dedicado a Teodoro Delgado Pomata)
Hoy estoy en Altea y quiero cantarle a este bonito pueblo de casas blancas el cante de Levante, por estar tan cerca de ese indiscutible cante de Totana. Y, profundamente y de todo corazón, quiero dedicar este artículo a Teodoro Delgado Pomata, gran viajero, conocedor profundo de lo sublime que es ser periodista en cualquier parte, y que desgraciadamente hoy ya no se encuentra entre nosotros. Muchísimas veces me invitó a venir a Altea, pero nunca me fue posible. Y hoy, he aprovechado la ocasión de la invitación de su hijo.
Teodoro, natural de Puerto de Mazarrón (Murcia), se enamoró de esta Altea bonita, igual que le gustaba esa Andalucía de Jerez a Cádiz. Yo que he visto Altea, digo que a Teodoro no le faltaba razón. Y, tanto era su amor por esta tierra, que ella le correspondió distinguiéndolo como hijo adoptivo.
Encuentro qué, en este magnífico pueblo marinero alicantino, hay esa reminiscencia que nos dejó el pueblo moro. Sus callejas estrechas, peatonales, donde es imposible que pasen los vehículos, con sus casas blanqueadas por esa pureza apatenada que da la blancura de la cal. Sus pasajes empinados y asfaltados con el típico «pelote»; rejas, balcones y cierros, forjados y hechos, tal vez, por el hombre de fragua, el mismo caldente de los fragüeros martineteros de Jerez de la Frontera.
Altea es muy parecido a esos pueblos de nuestra costa de Jerez a Cádiz: Chiclana, Puerto Real, San Fernando. En ese casco antiguo de Altea se ha parado el tiempo. Admiro la mano justa que trabaja para que su pueblo no pierda ese sabor tan característico y tan bonito que tiene nuestra España.
Por los años 70, la Secretaría de Turismo Española, cuyo secretario era en aquel momento, Ignacio Aguirre Borrell, encargó a los mejores fotógrafos de nuestro país infinidad de fotografías para confeccionar un cartel publicitario para promocionar el turismo en el mundo entero. Ignacio recibió trabajos maravillosos que retrataban a nuestra España, pero se quedó con una simple y maravillosa reja del bonito pueblo de Cádiz llamado Arcos de la Frontera. La fotografía era impresionantemente bella. La recuerdo perfectamente, era una pared encalada con un bonito cierro y una esquina de una calle estrecha. Don Ignacio además tuvo el acierto de qué en el cartel publicitario, en la parte superior, se colocara ese poema tan corto, tan concebido, como es simplemente España.
Sí, mi querido Teodoro, esos mismos cierros que tienen los pueblos de la provincia de Cádiz los tiene Altea.
Esta mañana lo he podido comprobar paseando por una calle estrecha y escalonada, la calle se llama Santa Bárbara, allí hay una casa preciosa que ha sido restaurada y se llama la casa de Cervantes, con un bajorrelieve del Príncipe de las Letras. A la derecha una calleja, se llama Belén, estrechísima, donde los geranios de los balcones se hablan enamorados. Desemboca en una glorieta dedicada al escritor Francisco Martínez, puedo consultar y averiguar quién era el señor Martínez, pero soy enemigo de consultar libros de texto, aunque sí aseguro que será alguno de esos navegantes que retratan con sus escritos, poemas y versos al libre albedrío, todo lo que ven sus ojos. Lo mismo te pasaba a ti Teodoro, que sólo escribías lo que veías y lo que era digno que conocieran tus lectores y tus oyentes, puesto que fuiste uno de los pioneros de esa radio hermosa y profesional de que disfrutamos hoy.
Al terminar dicha glorieta, hay un bellísimo mirador donde se contempla y se admira el Peñón de Ifach y toda la bahía de Altea. He notado y sin preguntar, que Altea tiene verdadero miedo a esos gigantes de cemento, verdaderos hormigueros de criaturas, que empañan esa belleza que tienen todos estos pueblos de Alicante. No tengo nada en contra de las promociones y de que se fomenten estos pueblos para españoles y turistas, yo sé que el avance de la civilización es así, pero me da pena que los ordenadores, la tecnología y los grandes empresarios de la construcción quiten balcones y ventanas de casas blancas para que el avanzado hormigón haga de las suyas. Y pido encarecidamente a los profesionales del urbanismo, que trabajen con amor y con ahínco para que se conserve la belleza de nuestra maravillosa España.
Aunque no estoy de acuerdo con los ingleses por no devolvernos el Peñón, qué del Peñón «nanay», tengo que alabarles sinceramente por la labor tan comprometida que tiene el Príncipe de Gales por conservar el Londres de Shakespeare. Y quiero terminar este artículo diciendo que Altea se asusta de los gigantes cementeros de Benidorm.
Desde Altea,
Mayo, 1990
Rafael Pantoja Antúnez
Precioso Ana!!! Me ha encantado!
No tenía ni idea de este artículo de tu padre, dedicado al mío.
Ahora estarán disfrutando de un merecido descanso!
Un fuerte abrazo y gracias por volverlo a publicar y así haber podido disfrutar de su lectura.
Sí, seguro que en el cielo están juntos comiéndose un exquisito arroz y disfrutando de las preciosas vistas de la bahía de Altea…
Me he vuelto a emocionar al leer de nuevo este articulo que escribió tu Padre Rafael, hace ya casi treinta años, y dedicado a mi Padre…
Gracias Ana, un beso grande.
Otro beso para ti, muchas gracias.