Títeres de barro, tan frágiles y
vulnerables como la propia humanidad.
Un retablo de títeres de arcilla, un guiñol de luces imposibles.
Un opaco teatro de inmutables actores con libreto velado, sin música,
abyecto decorado sin trazos ni colores.
Un jardín sin la vida, agostado, sin la lluvia que media entre los soles.
Sin aromas ni brotes, sin principio de vida, abortado,
mutiladas razones de un porvenir ajado.
Un rebaño de seres de paso involuntario en un mundo desilusionado,
donde existir sólo tiene un sentido, el perdurar con el juicio dormido
hasta que la esperanza despierte el criterio en letargo enclaustrado.
Barrera infranqueable de la impotente ciencia para ajustar la maquinaria descompuesta
de títeres de barro con figura grotesca, de lucidez perdida e inelegida ausencia
en la estéril contienda de su amarga existencia.
Fuliginosa niebla, efímero telón que incomunica la supervivencia.
Nunca fue tan ingrata la locura que los recluye en un cosmos sin vivencias.
Quizás su mundo inaccesible, inexplorado, indescifrable para el limitado entendimiento,
custodie una verdad, un destino concreto;
elevada y sublime motivación del más válido e impenetrable fundamento,
desconocida dimensión de la razón que ampara la humanidad dormida en sus adentros.
18 julio, 2001
Ana María Pantoja Blanco
Sobrecogedor y no, por ello, menos cierto.
Así vamos a terminar todos como se prolongue mucho esta situación producida por el coronavirus, vamos a perder el trabajo, la salud y la cabeza.