Yo, Afrodisias, he resucitado, de Siloé

En Turquía cerca de Esmirna. Mi nombre es Afrodisias y lo es desde hace más de dos mil años. Y fui creada alrededor del templo de Afrodita, diosa del Amor, de la Belleza. Creció en mí un gran Teatro en el que se celebraban grandes espectáculos y un Odeón, y el Ágora y las Termas del emperador Adriano y el Estadio de dimensiones extraordinarias. Hubo la más grande escuela de Escultura, de la que salieron hermosísimas estatuas y relieves que me engrandecieron. Por siglos brillé con gran esplendor. La vida en la ciudad estaba llena de alegría. Por mis calles corrían los niños con sus juegos y sus risas. El Ágora bullía de animación. Oía el golpeteo de los cascos de los caballos cuando regresaban de alguna campaña. Y los susurros en las Termas, aquel punto de encuentro en donde se gestaban intrigas mientras disfrutaban de las relajantes aguas.

Pero pasó el tiempo y vinieron gentes nuevas que haciendo un alarde de poder, cambiaron mi espíritu. El bello templo de mi diosa Afrodita fue convertido en iglesia cristiana, aboliendo el culto a los dioses. También mi nombre fue cambiado por el de Stravopolis. Ya no escuchaba a los filósofos exponer sus teorías en el Ágora, ni las risas infantiles, ni el golpeteo de los cascos de los caballos, ni la música en el Odeón, ni los eventos deportivos en el Estadio. Y el silencio se fue apoderando de mí hasta que en el siglo VII sufrí un terrible terremoto que me llevó al declive definitivo y fui muriendo poco a poco hasta desaparecer enterrada y sumida en el olvido.

Han pasado muchos siglos, en los que permanecí ignorada, hasta qué en estos tiempos tan alejados de los míos, un arqueólogo que había oído hablar de mi, quiso encontrarme y me buscó y me encontró sepultada por toneladas de tierra y luchó denodadamente hasta conseguir descubrir mi anatomía, o lo que quedaba de ella, pues el paso del tiempo había hecho su labor destructiva.

Yo, dormida como estaba, tardé en darme cuenta de que había vuelto a la vida, y pronto empecé a respirar de nuevo y sentí alegría ante la dedicación de tantos hombres limpiando mis piedras, y mi corazón latió con fuerza cuando descubrieron el gran Teatro y el Odeón y lo que quedaba de las Termas y más alejado, el Estadio. La emoción me ahogaba cuando vi enhiesto y gallardo el Tetrapylon, aquella puerta que habían cruzado emperadores, filósofos y victoriosos guerreros y también las esbeltas columnas del Templo de mi diosa Afrodita.

El arqueólogo, que se llamaba Kenan Erin había hecho el milagro de mi resurrección y cuando él murió fue enterrado en mi tierra y yo le he sobrevivido y soy cuidada con amor, pues muchas gentes vienen a ver lo que de mí queda y oigo sus exclamaciones de admiración, pero cuando se van y el ocaso deja caer su manto oscuro sobre mis piedras, lloro de dolor porque yo he regresado a la vida, pero sé que nunca volveré a ser la que fui.

Junio, 2012
Siloé

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