Resurgir

El autocar se detuvo y una pareja se apeó. El hombre tuvo que ayudar a la mujer a bajar del vehículo.

Graciela estaba exhausta. El viaje había sido agotador y,… ¡cómo tenía de hinchadas sus piernas por el anticipado calor y sus ya casi ocho meses de embarazo!

El viejo autobús les había dejado en las afueras del pueblo, ahora tenían que seguir caminando.

¡Dios mío, mira qué regalo!

Un manantial de agua limpia y fresca en el camino. Ramiro sacó su pañuelo y lo empapó bien. Su mujer se había sentado en una piedra, medio desmayada por el cansancio. Le ofreció con ternura su pañuelo y ella se lo agradeció infinito. ¡Qué agradable el contacto con el agua fresquita! Luego enjuagó su vacía y recalentada botella de plástico y la llenó con el anhelado líquido. Se la llevó igualmente a ella. A continuación, el hombre sumergió su cabeza por completo en el reconfortante chorro y después bebió con verdadera ansiedad para aplacar la sed que le devoraba.

Lo ves Graciela, Dios nos regala el agua. También aquí tendremos un pedazo de tierra para trabajarla y ella nos dará el pan. Confía en mí, trabajaré duro para ti y para nuestro hijo.

-Lo sé Ramiro y todo nos irá bien.

Aunque carecían de medios económicos, apenas tenían dinero para sobrevivir un par de meses, contaban con lo más importante, el inmenso amor que sentían el uno por el otro.

Su nación se lo había negada todo, aún siendo jóvenes y bien preparados. El régimen político despótico y dictatorial que les oprimía y la más grande de las miserias, acaecidas por la mala gestión de los dirigentes de un país en principio inmensamente rico y con muchos recursos, les había obligado a dejar su patria para poder sobrevivir. Además, ahora, querían ofrecer un seguro porvenir a su hijo, en el que tenían depositadas todas sus esperanzas.

Se dirigían a una tierra libre, donde algunos amigos habían llegado antes y habían encontrado ocupación en zonas rurales, ya que los jóvenes oriundos las habían abandonado para buscarse la vida en las grandes ciudades. Había que recuperar el campo, darle fuerza y energía. Eso era lo que ellos habían venido a hacer y querían aprovechar la oportunidad que se les daba. Un programa de recuperación diseñado por el gobierno los había acogido, tendrían alojamiento y jornal a cambio de su trabajo, y ese podía ser un buen principio.

Siguieron andando, una luz cegadora iluminaba ahora todo el paisaje, un viento de esperanza les conducía a su deseada meta.

Al fin llegaron al pueblo, en él encontraron campos sedientos de brazos, calles sedientas de niños y plazas sedientas de risas. En definitiva, paisajes sedientos de vida y ella transportaba en su vientre la semilla, la fertilidad. Y juntos, una tonelada de ilusiones y un puñado de sueños y proyectos como exclusivo equipaje.

Y, una única meta en sus pensamientos, el deseo común de que su hijo estrenase futuro y libertad.

30 noviembre, 2017
Ana María Pantoja Blanco

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1 comentario en «Resurgir»

  1. Bien podía ser una pareja venezolana, qué están sufriendo tanto en su país y pasando tanta miseria. Tenemos que ayudarles y rezar para que pronto Venezuela recupere su identidad y libertad.

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