Mi tarde con Julio

Os voy a contar una historia que ocurrió hace unos seis años, cuando su protagonista tenía catorce. Su nombre Claudia, Claudia Charpentier.

Un extraño suceso tuvo lugar un viernes cualquiera de octubre, casi recién empezado el curso, a la salida del colegio. Claudia estudiaba en el Liceo Real de Nantes, ciudad donde vivía por aquel entonces. Ahora vive en París porque está estudiando una Ingeniería Técnica en la Universidad de La Sorbona. Terminadas las clases, se sentó en el banco situado en la fachada del magnífico edificio del Liceo a esperar a su padre. Mientras, se comería el bocadillo que su madre le había preparado para la merienda.

Hacía una tarde preciosa que se presagiaba interesante. Su padre siempre solía llevarla a sitios muy divertidos y juntos hacían cosas que a los dos les gustaban mucho. Le tocaba pasar algunos fines de semana con él y esos escasos momentos pretendían convertirlos en chispeantes e inolvidables. Sus padres hacía ya tiempo que estaban divorciados, aunque su relación era muy afectuosa y razonable. El tiempo que pasaban juntos el papá y la hija era limitado pero intenso.

Pocas cosas tenía que llevarse Claudia para el fin de semana. Todo lo que pudiera necesitar se hallaba en la habitación que su padre, en su casa, había acondicionado para ella con todo lo esencial para que no le faltase de nada. Le bastaba su móvil y su gran mochila del colegio, donde metería algunas cosas. Eso sí, siempre se llevaba su libro favorito: “Los grandes inventos del siglo XX”. Se lo había regalado su abuelo en su último cumpleaños y le encantaba.

De pronto, notó un intenso temblor que la dejó aterrorizada. La Tierra parecía estar retorciéndose bajo sus pies con movimientos bruscos. Sintió como una extraordinaria energía hacía tambalear todo a su alrededor y como el banco en el que estaba sentada parecía transportarla. Un extraño mareo la hizo desvanecerse y perder totalmente el sentido. Y, nunca más había sido capaz de recordar nada más de ese insólito momento…

***

Nantes, 1843.

Entre su incertidumbre y extraordinaria confusión, creyó oír la voz de un muchacho. Ahora sí estaba segura. Alguien la zarandeaba para llamar su atención e intentaba sacarla del desconcertante estado en el que se encontraba sumergida.

Hola… ¿qué te pasa, te sientes mal? -le dijo el chico. Parecía ser algún año mayor que ella, pero no mucho más.

No sé, estaba perfectamente hasta que he notado un fortísimo temblor y he sentido como se desintegraba todo en torno a mí… Luego me he desvanecido y, lo siento, pero no me acuerdo de nada… Estoy muy confundida y me duele un poco la cabeza.

Le miró, era bastante guapo y la trataba con mucha amabilidad. Le chocó la formalidad de su atuendo, llevaba ropa muy clásica, como de otro tiempo. En nada se parecía a cómo iban vestidos sus demás compañeros de clase.

Al joven también le llamaba mucho la atención la indumentaria que llevaba la muchacha: sus vaqueros rosas, sus botas de cremallera y el anorak azul de un extraño tejido que desconocía… ¡Qué raro era todo! Así como su extraña bolsa. Una gran mochila con llamativos diseños de moda similar a la que suelen llevar casi todas las chicas de su edad. Y, además, con ruedecitas para su transporte. El chico alucinaba…

¿Cómo te llamas? – le preguntó él.

Claudia…  ¿y tú?

Yo soy Julio y estudio en el Liceo.

Ah, como yo, estoy en sexto curso. Pero, nunca te había visto… – le dijo la niña.

Ni yo a ti, de haberte visto no te hubiera olvidado.

Un poco más recuperada Claudia se incorporó y miró a su alrededor. Estaba sentada en el mismo sitio, pero todo parecía distinto… ¿Dónde estaban aparcados los numerosos vehículos que colapsaban siempre los alrededores? Se dio cuenta de que todo estaba muy cambiado y que parecía haber viajado al pasado.

Delante de ellos se cruzó un elegante carruaje tirado por una magnífica pareja de caballos. Parecía formar parte de un desfile o de una exposición de calesas antiguas… ¡Era sorprendente!

Tienes una pequeña herida en la cabeza –le advirtió Julio. Deberías venir a mi casa para que te la pueda curar mi madre. Vivimos muy cerca.

No puedo irme, estoy esperando que mi padre venga a recogerme. En ese momento intentó llamarle, pero nada, debía de estar fuera de cobertura. Intentó también ponerle un mensaje, pero tampoco tuvo éxito. Le llamaría más tarde… -pensó. Sí venía y no la veía allí, lo primero que haría sería llamarla y ella le explicaría todo lo ocurrido.

Julio quiso que le enseñara su móvil, nunca había visto nada igual… ¿Y, esto para qué sirve?

Pues, para comunicarte, ¿para qué si no?… Estaba estupefacto.

La ayudó a levantarse y la cogió de la mano para llevarla a su casa. Anduvieron un par de calles y enseguida llegaron… Mira, aquí vivo yo.

Había una placa en la puerta en la que Claudia pudo leer: “Pierre Verne, Abogado”. Sí, ese es mi padre. Y, mi madre se llama Sophie.

Llamaron a la puerta y abrió la doncella. Es una compañera de clase, -explicó Julio. La criada miró a Claudia y todo en ella le extrañó, sobre todo su ropa. Avisó a su madre que, igualmente, se sorprendió. Aunque, finalmente, optó por pensar que su atuendo se debería a alguna función teatral y, no quiso darle más importancia. La distinguida señora los condujo a la biblioteca y luego trajo un pequeño botiquín para curarla, era apenas un rasguño. Luego, le ofreció a la niña un vaso de leche y un rico bizcocho que a Claudia le encantó. Tenía mucha hambre, parecía como si no hubiese merendado y, eso sí que recordaba que lo había hecho.

En la biblioteca estaban sentados en una gran mesa de estudio. La casa, aunque señorial, parecía muy antigua, como un museo. Era toda una reliquia del siglo XIX.

Julio le enseñó todos sus libros de viajes, maravillosos ejemplares con preciosas ilustraciones que a él le fascinaban… Hablaron durante horas de alucinantes países inexplorados. La mayor pasión de Julio era viajar, aunque de momento, apenas había podido salir de Nantes. En sus sueños era su prioridad, todo lo que pensaba hacer cuando fuera mayor. Quería conocer todos los continentes y surcar sus mares. Su inmensa curiosidad de muchacho no tenía límites.

Claudia, orgullosa, también sacó su libro favorito y le enseñó sus increíbles ilustraciones. Julio no daba crédito, casi todo aquello era desconocido para él, estaba totalmente deslumbrado. ¡¡¡Qué inventos y qué adelantos!!! ¡¡¡Eran más que magia, eran milagros!!!

Cada hoja que pasaba le sorprendía más y más… ¡Era increíble lo que estaba descubriendo en esas páginas!

Se caían bien y estaban muy a gusto juntos, se les veía como deslumbrados dentro de un mágico encantamiento. Parecía que se conociesen de toda la vida aún sin haber tenido nada en común. El tiempo también parecía haberse parado para ellos que se habían encontrado en una nueva y desconocida dimensión….

De pronto, Claudia sintió mucho sueño, un sueño irresistible, quizás debido al golpe… ¿Podría echar una cabezadita en ese diván hasta que pueda llamar a mi papá? – preguntó casi desfallecida.

Bueno, -le dijo Julio. Le pediré a mi madre una almohada para que estés más cómoda. Cuando venga tu padre creo que deberíais ir a un médico….

* * *

Claudia, Claudia, Claudia… Hija, ¿estás bien? ¿Cómo es que te has quedado dormida?

Perdona cielo, -le dijo. Me he retrasado unos minutos pues me han surgido temas de última hora en la oficina que necesitaba resolver. Pero, ya está todo solucionado. Ya estamos juntos para disfrutar de un largo y hermoso fin de semana…. ¡Haremos lo que tú quieras!

Oh, papá… ¿No sé qué me ha ocurrido?, creo que he tenido una extraña pesadilla…. ¿Dónde está Julio, no lo has visto?

¿A quién?… Yo no he visto a nadie. Estabas aquí sola y te has quedado dormida.  Claudia no daba crédito.

Bueno nena, recoge tu mochila y nos vamos…  qué ya es hora.

La chiquilla cerró la mochila que estaba abierta, no sin antes cotejar su contenido percatándose de que no estaba su libro favorito…. Papá, mi libro, no está. ¡¡¡He perdido mi libro de los inventos!!! Sí, el que me regaló el abuelo.

No te preocupes hija, te lo habrás dejado en clase. Ya lo recuperarás el lunes cuando abran, ahora no podemos entrar porque ya están cerradas todas las aulas.

Claudia le miró resignada, lo único que tenía claro es que el libro no se lo había dejado en clase…

Para todo lo demás, para su increíble experiencia, no conseguía encontrar ninguna explicación….

13 enero, 2015
Ana María Pantoja Blanco

Julio Verne, nació en 1828 en Nantes, Francia.

Escritor al que le encantaba la ciencia y los inventos en el siglo XIX. Documentaba sus aventuras prediciendo muchos de los logros científicos del siglo XX. Escribió sobre cohetes espaciales, submarinos, helicópteros, aire acondicionado, misiles dirigidos e imágenes en movimiento, mucho tiempo antes de que aparecieran.

Entre sus libros destacan: Viaje al centro de la tierra, De la tierra a la luna, Veinte mil leguas de viaje submarino, La isla misteriosa y La vuelta al mundo en ochenta días. Autor de más de ochenta títulos que han sido traducidos a 112 idiomas. Muchas de sus obras fueron llevadas al cine.

Falleció en Amiens en 1905.

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8 comentarios en «Mi tarde con Julio»

  1. Qué bonito!!!
    Hija, no sé si te es fácil o difícil hacerlo, pero qué lo haces muy bien está claro.
    Cuanto me gusta tu afición (iba a decir que es un don, pero aunque lo es, tambien te costará tu trabajito), y cuanto aplaudo la idea de este blog y que tengas la amabilidad de compartirlo con tus amigos. Soy una gran admiradora tuya y lo hago con un respeto enorme y un gran agradecimiento.
    A mi no me ha llegado el “don” y puedo disfrutar del tuyo gracias a tu generosidad.
    Un abrazo guapa 🤗🤗💐🌸

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