Mi amigo el mar

Hace mucho, muchísimo tiempo, había una niña que vivía muy cerca del mar y paseaba por la playa todos los días.

Una mañana llegó a la orilla una enorme tortuga a depositar sus huevos y le preguntó a la niña, ¿qué haces aquí?… Contemplar el mar, me fascina, pero es tan grande que me da miedo.

No debes tener miedo, yo vivo en él y soy muy feliz. Sí quieres, te llevo a conocer a todos los personajes que como yo también viven en él y que son igualmente felices, ellos te enseñarán cosas maravillosas.

Y así lo hizo, se subió a la concha de la tortuga y navegó entre las aguas. Era muy emocionante, veía como saltaban los peces locos de contentos celebrando la vida y el sol de la luminosa mañana.

Llegaron a una isla habitada por preciosas sirenas que pronto se hicieron amigas de la pequeña. Allí también, en una cueva, vivía el padre de las sirenitas. Le contaron que era el rey del mar. Neptuno le solían llamar en la tierra, aunque su verdadero nombre era Jonás. Hasta la isla le condujo una ballena y allí vivió desde entonces. Allí conoció a una hermosa sirena de la que se enamoró perdidamente, y juntos tuvieron todas esas encantadoras sirenitas con las que ahora jugaba la niña.

Ellas la llevaron a nadar con los delfines, la enseñaron a hacerse lindos collares con vistosas conchas y corales e, incluso, ensaladas riquísimas con las algas que ellas mismas cultivaban. Y, sobre todo, la enseñaron como escuchar la soberbia sinfonía del mar en las caracolas.

La niña iba a verlas todos los días con su amiga la tortuga que, a diferencia de otros congéneres de su especie, siempre acudía a la playa para vigilar cómo iban evolucionando sus huevos.

Un día hubo una gran tormenta y la tortuga no volvió a aparecer, quizás el fuerte oleaje la transportó a mares lejanos de los que nunca supo regresar. La niña no volvió a verla y, sin ella, tampoco pudo volver a ver a sus queridos camaradas. Aunque, jamás pudo olvidar lo feliz que fue con todos sus extraordinarios amigos del mar y las preciosas sirenitas.

De pronto, fue testigo de un hecho prodigioso, un pequeño ejército de minúsculas tortugas, surgían de un profundo montículo de arena buscando el punto más brillante del horizonte. Marchaban en dirección a la orilla, para adentrarse en el mar, estrenándose a su nuevo destino. ¡Qué orgullosa se hubiera sentido su amiga la tortuga al verlas!

Muchas de ellas regresarían a depositar allí sus huevos y ese hermoso pensamiento la puso muy contenta. Entonces, sacó la gran caracola que atesoraba como recuerdo de sus increíbles experiencias y se puso a oír la maravillosa sinfonía de las olas marinas. Y, aspiró la frescura del olor a sal que siempre le recordaría que, el mar, había sido el mejor de sus amigos.

1 diciembre, 2017
Ana María Pantoja Blanco

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