La Navidad de Pedro, de Liana Castello

¿De qué se trataba la Navidad? Viviendo en la calle, comiendo lo que podía –que nunca era suficiente- y vistiendo ropa rota, era difícil contestar esa pregunta.

Para Pedro muchas cosas eran difíciles de entender: por qué él y su familia dormían bajo un puente, por qué no estudiaba, por qué revolvían los tachos de basura en busca de comida.

Cuando llegaba la época de Navidad una mezcla de sensaciones lo invadía: tristeza, asombro, dolor y sobre todo desconcierto.

Lo maravillaba ver la ciudad llena de luces, vestida de rojo, verde y blanco. Vidrieras con renos, duendes y un señor gordo y con cara de bueno que llenaba de regalos a todos los niños, menos a él.

¿Sería que la Navidad no era para todos? ¿Se trataría de dinero nada más? Había escuchado que se celebraba el nacimiento de un niño que había sido pobre, pero los brillos, los adornos, los arbolitos cargados de regalos, le hacían pensar que lo que había escuchado no era del todo cierto.

Caminaba por las calles deteniéndose en cada vidriera, en las jugueterías, en las confiterías que ofrecían unos panes altos y llenos de frutas que parecían exquisitas, pero que jamás había probado.

Le preguntó muchas veces a sus padres el por qué vivían como vivían y escuchó hablar de injusticia, de desigualdad de oportunidades, de mala suerte. También escuchó hablar de dolor, desilusión, frustración, tristeza y abandono. Y un día, decidió no preguntar más.

Recorría las calles mirando cada vidriera, cada luz, cada casa adornada y sentía los aromas de panes que se cocinaban. Muchas veces espiaba por las ventanas de las casas para conocer un poco más de algo llamado “espíritu navideño”, algo que bajo un puente y con hambre, desconocía por completo.

Pedro se preguntaba una y otra vez de qué se trataría realmente esa gran fiesta. ¿Sería sólo todo lo inalcanzable que podía ver? ¿Se trataba sólo de colores, adornos y sabores? Algo en su corazón le decía que no. Porque el corazón de Pedro no sabía de pobreza y para sentir no necesitaba dinero, ni ropa, ni siquiera comer bien y seguido.

-Algo más tiene que haber- pensaba el pequeño y estaba dispuesto a averiguarlo.

La víspera de Navidad Pedro vagó más que nunca por la calle. Caminó mucho, tal vez como nunca y de pronto, reparó en una construcción que tenía bien vista, pero a la que jamás se había animado a entrar: era una iglesia.

Su corazón no lo engañaba, algo le decía que ése era el día en que debía entrar a ese lugar que no vestía adorno ninguno, que era austero y hasta viejo, pero que tenía una belleza propia difícil de explicar.

No bien entró, encontró muchas respuestas a sus tantas preguntas: vio un pequeño muñeco que yacía en una especie de cuna pobre, muy pobre (y Pedro conocía bien la pobreza). No vio lujos, ni adornos, ni renos, tampoco al señor gordo con cara de bueno, sólo vio al niño pobre pequeño, tan pequeño como se lo había imaginado y casi real como del que tanto había escuchado hablar.

Y algo le dijo que sí, que ése era el niño pobre que iba a nacer. Le sorprendió tanta sencillez, y tanta paz que nada tenían que ver con el bullicio típico de la ciudad en esa época.

El niño, en esa especie de catre, lo maravilló mucho más que las vidrieras y las luces.

-Bienvenido- escuchó el pequeño y se sobresaltó. No estaba muy acostumbrado a que le dieran la bienvenida – ¿Cómo te llamas? –preguntó el párroco de la iglesia.

-Pedro – contestó el niño- ¿y él? – preguntó Pedro señalando al pesebre.

-Él se llama Jesús -contestó sonriente el sacerdote.

– ¿Tienes familia? ¿Quieres decirles que vengan?

Pedro no lo dudó, llevó a los suyos al cálido albergue de esa iglesia qué sin lujos ni árboles de Navidad, honraban a un niño recién nacido.

Y mientras el sacerdote les contaba acerca de la Navidad, les dio de cenar y compartieron la mesa, con manjares sencillos, pero que para la familia fueron inolvidables.

Y en el abrigo de esa iglesia, en la calidez de esa mesa compartida, y en el cariñoso abrazo de ese sacerdote, Pedro y su familia aprendieron de qué se trataba la Navidad.

Y Pedro supo que siempre había tenido razón, que la Navidad era infinitamente más que luces y panes con frutas.

Un niño Jesús a punto de nacer lo miraba feliz.

Liana Castello, escritora argentina

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