Gracias por tanto y perdón por tan poco…

Esta triste historia, como tantas otras olvidadas, es real y sucedió en septiembre de 2015. Las misioneras italianas Javerianas Lucia Pulici, Olga Raschietti, y Bernardetta Boggian, fueron brutalmente asesinadas la noche del domingo en su misión de Kamenge, en la periferia de Burundi, capital de Bujumbura.

“Que la sangre derramada se convierta en semilla de esperanza” han sido las palabras del Papa Francisco, muy afectado por la trágica muerte de las tres misioneras asesinadas, “generosas testigos del Evangelio”. El Santo Padre pide al Señor que acoja en su morada de paz y de luz a estas tres religiosas fieles y entregadas.

Lucia, Olga y Bernardetta tres sencillas mujeres, al fin y al cabo, llegaron ilusionadas después de un largo viaje para emprender su humanitaria labor. Las tres hermanas llevaban siete años en Kamenge. Antes, las tres, habían trabajado en el Congo. Sor Lucía trabajaba, sobre todo, en la sanidad. Había curado a miles de enfermos y hacía una labor extraordinaria en la parroquia, en tareas cotidianas. Olga había trabajado muchos años en el Congo como catequista y en la enseñanza. Tenía también una grandísima sensibilidad hacia los enfermos. Todos los días iba a visitarlos y nunca se olvidaba de llevarles algo. Y, Bernardetta, que había sido superiora muchos años, también se dedicaba a llevar la escuela de corte y confección para chicas. Siendo tareas muy elementales, eran muy bien acogidas y necesarias para la desfavorecida población.

Después del cruel asesinado todo el poblado se ha reunido en la iglesia.  Los indígenas están aterrados y rezan con fervor las oraciones que han aprendido, rogando por las hermanas y expresando su gratitud porque, a pesar de que tenían una delicada salud, pidieron volver a trabajar en la misión y estuvieron allí hasta el triste final. Además, temen que los misioneros los abandonen y queden desatendidos y olvidados.

Uno de los misioneros comenta, “así es nuestra labor, nosotros sembramos, pero no nos corresponde ver los frutos. Si nuestro accionar es verdadero y está fundado en Cristo, quedará dentro de los corazones de la gente y, cuando Dios quiera, lo hará brotar.

No hay que desanimarse si en algún momento parece inútil lo que estamos haciendo porque alguien no nos escucha, o no le importa lo que hacemos, o no acuden a las celebraciones la cantidad de gente que esperaríamos. Es suficiente saber que estamos dando lo mejor de nosotros, haciendo nuestro mejor esfuerzo.

No es preciso hacer grandes obras. A veces un gesto sencillo, una pequeña acción vale más que mil grandes cosas que pueda uno hacer.

Es importante poner especial atención en las pequeñas cosas de cada momento, en hacerlas bien, en hacerlas con amor. No basta amar. Es preciso que el otro se dé cuenta de que es amado. Es importantísimo demostrar el cariño con gestos concretos, ya sea una mirada, una sonrisa, un abrazo, una palmadita…  y con amor”.

Sin otro ánimo que invitar a la reflexión, cito aquí estas palabras tan sinceras, que ellos adoptan como fundamento de su sacrificio y de su entrega, porque así son. En cierto modo siento envidia, porque ellos saben lo que quieren y a dónde quieren llegar.

Yo, en mi humilde modestia, desde aquí quiero darles las gracias por tanto, por todo lo que hacen, por su inestimable granito de arena. Y, sobre todo, quiero pedirles disculpas por lo poco que hacemos los demás, perdón por tan poco…, a ellas y, también a todas aquellas personas, hombres y mujeres, que sacrificaron y sacrifican cada día su vida entregándose a la ardua tarea de AYUDAR.

28 noviembre, 2015
Ana María Pantoja Blanco

3 comentarios en «Gracias por tanto y perdón por tan poco…»

  1. Es admirable la labor que ejercen los misioneros en todo el mundo. A algunos les parecerá una gota de agua en el océano pero, como dijo la Madre Teresa de Calcuta: “el océano no sería igual sin esa gota de agua”.

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