El río y el manantial, de Silvia Vicente

El sol cae abrasador sobre el pueblo de Ouzoud, al pie del Atlas. Es un pequeño pueblo de gentes sencillas que viven del pastoreo y de la artesanía. Todas las familias tienen una casa con un patio y en ese patio una palmera que les da cobijo con su sombra en las ardientes horas del sol. Hay un colegio donde los niños aprenden y hay una pequeña mezquita donde los hombres, al atardecer, van a recitar pasajes del Corán. Les gusta estar en las calles que es un lugar de encuentro y de relaciones.

Pero desde hace algún tiempo se ven desiertas. La fuente se secó hace muchos días y el palmeral también está seco. Los hombres salen por la noche en busca de algún oasis o pozo que todavía tenga agua. Las mujeres cocinan también durante la noche lo poco que les queda en la despensa, mientras los niños juegan, ya que la escuela está cerrada a causa del calor y durante el día les han prohibido salir a la calle. Ya han muerto varios de ellos abrasados por el sol y la sed.

Amin tiene quince años. Lleva días sentado en un rincón y sin hablar con nadie. Su madre le mira preocupada y le pregunta, pero él siempre contesta que está pensando en ir a buscar el agua que los mayores no saben encontrar.

Omar es amigo de Amin y vive en el otro extremo del pueblo. Él tiene trece años y un espíritu aventurero que le hace buscar ideas continuamente. Esta noche ha quedado con su amigo porque se le ha ocurrido una que piensa que es buena. Se verán fuera del pueblo, en el pequeño palmeral que hasta que empezó esta terrible sequía les había surtido de ricos dátiles. Las palmeras ahora, sin embargo, están secas. Hasta que empezó la sequía, había sido un lugar lleno de vegetación, donde se podían contemplar bellas flores y coger riquísimas frutas para llevar a casa. El agua que regaba aquel vergel era cristalina y la bebían todos. Los animales retozaban contentos y jugaban con los niños. Ahora todo es desolación.

Amin le dice a su madre que se va a tomar un poco el fresco hasta que vuelva su padre. Se encuentra con Omar en el sitio convenido y con un cierto aburrimiento se dispone a escuchar a Omar para ver qué idea absurda se le ha ocurrido. Este le cuenta que hace dos noches salió a buscar él por su cuenta y llegó hasta un lugar donde hay un montón de rocas, que había oído ruidos que parecían salir de debajo de las mismas y que asustado se fue corriendo, pero que si iban los dos no le daría miedo y podrían averiguar de donde procedían los ruidos.

Llegan los dos al lugar y después de prestar atención un buen rato, Amin también oye ruidos. Afanosos los dos buscan una abertura en las rocas y al fin la encuentran. Después de mirarse y sin mediar palabra, los dos amigos entran arrastrándose y llegan a una gruta. La oscuridad es total y ahora ya no se oye ningún ruido. Omar se acerca a Amin y le dice al oído que lo mejor será salir y volver al día siguiente con una lámpara de aceite. Amín no se hace de rogar. La verdad es que está un poco asustado.

Cuando llegan al pueblo, encuentran en la plaza a todos los hombres. Están desesperados, su búsqueda ha sido, una vez más, infructuosa. Piensan que Alá los ha abandonado y abatidos se van a sus casas.

Nuestros héroes no dicen nada, pero están seguros de que ellos van a encontrar la tan ansiada agua.

Al día siguiente por la mañana, todos ven sobrecogidos como el cielo ha perdido su color azul y el rojo lo ha sustituido. Nadie se atreve a salir a la calle y esperan a la noche para ver la luna sobre el cielo oscuro. Pero lo que ven es un cielo de color pardo sin luz, la luna que les tenía que alumbrar ha desaparecido. Piensan todos que ha llegado el final para ellos y se recogen para orar.

Amin y Omar tienen también miedo, pero no quieren morir y siguen adelante con su proyecto. Salen sin ser vistos y llegan a las rocas. Enseguida encuentran la entrada y ahora con la lámpara encendida llegan a la gruta con facilidad. Vuelven a escuchar los ruidos, esta vez más de cerca y no se parecen nada a rumor de agua. Se quedan quietos, sin saber lo que hacer. Notan que les envuelve un aire que va cogiendo fuerza y que, de pronto, arrastra a Amin a distancia de su amigo. Pierde la orientación y cuando se recupera, oye un fuerte aleteo a su espalda y ve que está fuera de la gruta. En lo alto de la roca hay un águila que le está mirando. Él se ha quedado como clavado en el suelo. Y el águila habla y le dice: Amin, tú buscas el agua para tu pueblo, pero buscas mal, encontrarás el agua en las alturas.

Amin, algo aturdido y asombrado le pregunta. Pero, ¿dónde? Las montañas están secas. El cielo está seco. La tierra está seca. ¿Dónde puedo encontrar agua y, si la encuentro, cómo podré llevarla al pueblo?

Confía en mí. Yo te llevaré si estás dispuesto a sacrificarte por tu pueblo, pues ellos volverán a vivir felices, pero tú no podrás compartir esa felicidad, Piénsalo y, si estás dispuesto, mañana acudirás aquí y tendrás la respuesta.

Mientras esto pasa, Omar en la gruta está aturdido pues no sabe que ha pasado, solo que su amigo ha desaparecido. Le llama y cuando espera su respuesta, oye detrás de él un susurro como un silbido, se vuelve y a unos metros de distancia ve una serpiente que le mira fijamente, la cabeza en alto. Piensa en los pocos instantes de vida que le quedan, salvo que con la lámpara de aceite que conserva en la mano, la serpiente se asuste y retroceda. Pero en vez de eso, la serpiente le habla y le dice: No te asustes Omar, no quiero hacerte daño a pesar de que has venido a perturbar mi paz. Se que eres un chico valiente y que buscas ayudar a tu pueblo. Se que has venido a mi refugio en busca de agua, pero aquí no hay. Sin embargo, sí estás dispuesto a sacrificar tu vida y entregarte a mí, yo haré que mane agua pura en el centro de tu pueblo. Omar no comprende bien y pregunta a la serpiente ¿Si aquí en esta gruta donde habitas no hay agua, de donde la piensas traer? Eso – contesta la serpiente- no te lo puedo decir. Piénsalo y si aceptas mi condición, vuelve mañana. Te estaré esperando.

Omar sale de la gruta muy confuso y pensando si estará soñando. Camino a casa, se encuentra con Amin y le pregunta por qué desapareció de la gruta. Este no quiere contarle lo que le ha sucedido y le dice que se estaba mareando por el calor y salió a respirar. Omar por su parte tampoco quiere hablar de lo suyo. En cierto modo, los dos tienen su decisión tomada. Acudirán a sus respectivas citas, pero piensan que ni siquiera su mejor amigo debe saberlo, para que no intente disuadirlo.

Ninguno de los dos duerme esa noche. Cuando amanece, Amin está preparado para la partida. Mira a sus padres y a sus dos hermanos más pequeños. Todos están dormidos. Sabe que no les volverá a ver. Hay lágrimas en sus mejillas. En silencio sale de casa y va hacia su destino. Por su parte, Omar se levanta y cuando va a coger la lámpara, que volverá a necesitar para entrar en la gruta, encuentra a su madre intentando ordeñar a la única cabra que les queda. Poca leche da, pero se la ofrece a su hijo. Este la rechaza diciendo que no tiene apetito, y que la guarde para sus hermanos, que la cabra no tardará en dar leche para todos. La madre sonríe ante el optimismo de su hijo, mientras piensa que la cabra no tardará en morir como todos ellos.

Amin ha llegado al lugar de la cita. No sabe lo que va a pasar, pero está tranquilo. El águila le dice que cierre los ojos y no haga preguntas. Le coge con sus garras y levanta el vuelo. Vuelan durante un tiempo y el águila se posa en lo alto de una montaña. Deja libre a Amin y le dice que abra los ojos y contemple como va a ser la tierra que rodea el pueblo después de que él haga su sacrificio. Una cascada baja desde la montaña y abajo se forma un río que se va abriendo camino y abrazando el pueblo. Ve como nacen árboles, flores y hortalizas, como crece la riqueza y como todos los habitantes están contentos y los niños ríen y juegan. Mientras contempla todo esto, nota un frío pesado en las piernas que va subiendo por su cuerpo y cuando llega a su cabeza, tiene tiempo de ver antes de que sus párpados se cierren pesados como la piedra, como el agua que forma la cascada y riega la tierra nace de sus pies. El águila le contempla y levanta el vuelo. Cada uno ha cumplido con su parte.

Omar ha llegado a la gruta, enciende su lámpara y entra. Allí está la serpiente. Le parece que, a su manera, sonríe. Esta le dice que ha llegado el momento, pero Omar que no confía mucho, le pide que le explique que va a hacer para llevar un manantial al pueblo. Ella se enrosca sobre sí misma y penetra en la tierra, cuando sale trae agua enganchada en su cola, se acerca al chico, se enrosca en su cuerpo y le dice que cierre los ojos y mire a través de los párpados. Así lo hace y ve la plaza del pueblo y ¡Oh sorpresa! un surtidor de agua sale del centro de la plaza. Ve como los hombres construyen una fuente alrededor y como las mujeres llenan sus cántaros para llevar a casa agua pura y cristalina. Omar siente calor y dificultad para respirar. Ya no está en la gruta. Está fuera de ella en lo alto de la roca. La serpiente está estrechando su abrazo más y más y él cada vez ve más borroso. Poco a poco se va tumbando, cierra los ojos y dulcemente se duerme. La serpiente vuelve a su gruta. También cada uno ha cumplido su parte.

Y así al pueblo de Ouzoud, al pie del Atlas, nunca le volvió a faltar el agua y dicen que Amin y Omar fueron buscados por sus familias por todo el pueblo y fuera de él durante mucho tiempo. Cuando se dieron por vencidos pensaron que Alá, alabado sea su nombre, en su inmensa sabiduría se los había llevado.

20 abril, 2009
Silvia Vicente

(Cascadas de Ouzoud, situadas a 150 km de Marrakech, son las más impresionantes del norte de África)

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