El día que tuvimos que quedarnos en casa…

Un gélido día de diciembre de 2019, en la ciudad de Wuhan, China central, en un mercado mayorista donde se consumen animales exóticos vivos, se detectó por primera vez a un grupo de personas afectadas por una neumonía muy grave y desconocida.

Se trataba del germen conocido como Corona Virus, contra el que no tenemos armas y que no conoce fronteras, pues viaja tan rápido como el progreso y la globalización le permite, ocupando nuestros cuerpos haciéndonos vulnerables.

La enfermedad que produce, mundialmente denominada COVID-19, es muy cruel pues se ceba sobre todo con los más desvalidos, los ancianos y las personas con patologías previas, aunque últimamente está habiendo muchas excepciones.

Desde ese momento todo cambió, la pandemia se extiende tan rápido que es muy difícil su control. En el momento que estamos, muy avanzada la infección por Europa y en la gran mayoría de países del mundo, se nos restringe desde hace días la libertad de movimiento pues nos explican que la única manera de contener el virus es frenarlo para que no siga avanzando. El 14 de marzo pasado se declaró el Estado de Alarma en España, muchos dicen que demasiado tarde, que se debía haber declarado antes vistas las advertencias de otros países donde llegó primero, pero ya habrá tiempo de pedir responsabilidades a las autoridades, ahora son otras las prioridades, hay que salvar vidas.

Las Naciones se han blindado, las fronteras y los colegios permanecen cerrados, el miedo se ha apoderado de todos ante esta epidemia desconocida y muy contagiosa para la que no se conoce remedio. Dicen que el peor enemigo es el enemigo invisible, el que no podemos ver pero que está ahí, amenazándonos a todos.

Y, ahora, podemos verle el rostro a la muerte que, insolente, se pasea ufana por el mundo buscando sus víctimas al azar. A nuestras calles – siempre tan concurridas de tráfico y personas- , ha llegado el silencio y, por imperativo legal, hemos tenido que confinarnos en nuestras viviendas bajo el suplicante mensaje de “Quédate en casa” para que nuestra Sanidad que está desbordada no se colapse. Aunque siempre hay un puñado de descabezados qué, pese a las fuertes sanciones y detenciones, se saltan a la torera las normas haciendo inútil el sacrificio de todos los españoles. Los interminables positivos se multiplican día a día, muchos de ellos asintomáticos, lo que involuntariamente propicia el contagio. Los ingresos hospitalarios y los fallecimientos se acrecientan sin cesar dejándonos estremecidos. Y, un añadido a la enfermedad en todos aquellos que se contaminan es la soledad, pues quedan aislados sin poder ver a sus familiares o amigos, sin que nadie pueda cogerles de la mano ni abrazarles para darles ánimo.

El egoísmo de algunas personas, presas del pánico, también se hace patente, pues algunos corren a acaparar alimentos y artículos de primera necesidad dejando las estanterías de los supermercados vacías, sin pensar en los demás. La necesidad está dando más valor a una mascarilla, a unos guantes de latex o a un gel desinfectante que a una joya.

Pero, algo bueno tenía que tener este forzado encierro, nuestra paciencia nos está haciendo reflexionar, enseñándonos a apreciar lo que realmente tiene valor que es “la vida”. En esta obligatoria cuarentena, familias enteras que apenas se trataban por falta de tiempo, ahora tienen que convivir las 24 horas del día descubriendo no sé cuántas cosas buenas que se habían perdido. La gente se acuerda de sus vecinos, esos que apenas conocían y que ignoraban. La crisis nos revela quién es quién, ahora todos estamos obligados a ofrecernos y a unirnos, está emergiendo una ola de solidaridad que nos hace más fuertes y nos convierte en una gran familia responsable y comprometida. Aunque no hay contacto real hay más contacto que nunca, ya habrá tiempo de devolver el valor sin recelo a los abrazos y los besos.

Abrimos nuestras ventanas a la calle para aplaudir, para cantar juntos y para agradecer el esfuerzo inhumano, muchas de las veces sin la protección adecuada,  que están haciendo todas aquellas personas que se están dejando la piel para curarnos, protegernos y para que no nos falte nada: médicos, enfermeros, transportistas, servicios de limpieza, farmacias, fuerzas de seguridad para controlar el orden y hacer cumplir las normas, el ejército para vigilar las fronteras y trasladar enfermos, un gran número de voluntarios que atienden a las personas mayores que viven solas y están más desvalidas, a empresas que donan y elaboran material sanitario tan escaso ahora para abordar la crisis y las que ofrecen alimentos para socorrer a las personas más necesitadas y sin medios, y por suerte otros muchos encomiables ejemplos de héroes anónimos que hacen que este país sea tan grande.

Algunos pueden trabajar desde casa “tele trabajo”, otros han tenido que cerrar por no se sabe cuánto tiempo. Sólo están operativos las empresas y los trabajadores que se consideran imprescindibles para el funcionamiento de los servicios más básicos. Cuando pase esta terrible pesadilla nuestra economía va a quedar muy maltrecha, se vaticina que se perderán muchos puestos de trabajo que habrá que intentar recuperar lo antes posible. Luego tocará reinventarnos y a nuestros políticos poner en marcha las medidas necesarias para que toda esta actividad perdida se vuelva a recobrar, bajo la clave de la productividad y el consumo preferente de nuestros productos, ahí es donde tendrán que demostrar nuestros gobernantes su categoría política tan desprestigiada en los últimos tiempos.

Tendremos que atarnos el cinturón y la austeridad será cosa de todos, pero ahora lo más importante es recobrar la salud de los ciudadanos afectados. Habrá que centrarse más en ayudar a nuestros pequeños negocios, los que tenemos al alcance de la mano, que van a quedar muy perjudicados y son los que en conjunto más puestos de trabajo proporcionan. También fomentar nuestro turismo, las competiciones deportivas, los desafíos medioambientales, etc., etc., etc. Y, volveremos al cine, a los conciertos, a los parques, a los restaurantes, a los museos, a las terrazas y a los cafés, hasta recuperar del todo nuestras rutinas.

Y decir que, ante esta crítica situación, ha despuntado el respeto tan perdido hasta ahora, ese que nos obliga a cumplir las estrictas normas tan necesarias para cortarle el paso al COVID-19. Las miradas de complicidad y comprensión también se multiplican para tratar de darnos ánimo, serenidad y fuerza para remar todos en la misma dirección, aquella que nos libre de esta endemoniada pandemia.

Del mismo modo, es admirable la labor que están haciendo los medios de comunicación, sobre todo la radio, que nos mantienen informados durante todo el día. Aunque es terrible escuchar el doloroso parte diario que transmite cifras sobrecogedoras de infectados, ingresados y fallecidos, de los que desgraciadamente sus familias no se pueden despedir. Si bien, nos fomentan la esperanza cuando nos dicen que se va incrementando día a día el número de personas recuperadas.  A la vez, también se esfuerzan en mantenernos entretenidos y acompañarnos en estas largas horas sin final conocido.

Las personas también nos llamamos más y nos enviamos mensajes divertidos entre nosotros para aliviar la tensión. Hay que ver cómo se agudiza el ingenio de la gente para elaborar mensajes insólitos y graciosos que nos hagan olvidar por un momento esta pavorosa tragedia y nos permitan mantener alejadas las lágrimas y el desconsuelo, demostrando una vez más que la risa suele ser la mejor medicina.

Asimismo, hemos aprendido que el virus no distingue entre clases sociales ni colores y que su amenaza también nos practica una cura de humildad haciéndonos más humanos.

Pero llegará el día en que venceremos al virus. Los investigadores de muchos países trabajan sin descanso buscando un remedio infalible y una vacuna. No sé cuántos de nosotros sobreviviremos al mal, pero seguro que los que lo hagan serán mejores personas. Ese día el aire será más limpio y el cielo más azul, en algún sitio he leído que la tierra necesitaba un respiro porque nosotros también somos un verdadero virus. La naturaleza seguirá su curso, ajena a la pandemia, renaciendo de nuevo como deberíamos de hacer nosotros, más humildes y sencillos si cabe, abandonando el orgullo y la soberbia que nos hace creer que somos seres indestructibles, alimentando nuestra fingida personalidad imperturbable.

Creo que habremos aprendido que habrá que corregir y subsanar muchas cosas. Pienso que también es una oportunidad para concienciarnos que nada es más importante que la vida, que la ciencia y la investigación tienen más valor que el dinero, que un hospital es más necesario que las armas y que una enfermera es más imprescindible que un futbolista.

Y, cuando todo esto termine, si sigo aquí, quiero ver a mi madre, a mis hijos, a toda mi familia y abrazarla, a nuestros amigos y vecinos, y ofrecerles mí mano de corazón y sin reproches. Quiero celebrar la vida, que ahora nos debería de importar mucho más que tantas otras cosas superfluas que nos cambian confundiendo nuestros verdaderos valores.

Esperemos que éste obligado paréntesis en nuestra historia nos haga mejores para resurgir fuertes y renovados, que éste terrible episodio haya merecido la pena. Esa es mi esperanza, que no olvidemos nunca que somos vulnerables, que la vida es un don que se nos regala cada día, que debemos cuidar de nuestro maravilloso mundo y de nuestros semejantes como la gran familia que somos.

25 marzo, 2020
Ana María Pantoja Blanco

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22 comentarios en «El día que tuvimos que quedarnos en casa…»

  1. Buen artículo Ana! Me hubiera gustado que pusieras alguna impresión íntima, algo más personal y no una crónica periodística, aún así bravo!

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  2. Testimonio real de un mal implacable.
    Mi corazón me duele al ver las noticias, este mal cruzó el mar y llego también hasta aquí. Yo me quedo en casa como el pueblo de Israel cuando la plaga de los egipcios y pusieron la sangre de un cordero en las puertas, hoy ponemos la sangre de Jesús el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo en nuestras casas para que la muerte pase de largo y no toque nuestras moradas. Ante una guerra digo como Wiston Churchill «We should never surrender» No debemos rendirnos.
    Sigamos peleando… sigamos resistiendo y clamemos a Dios por un milagro y por el milagro de volvernos a abrazar. Cuídate Ana y sigue escribiendo… te quiero muchísimo.
    Dios bendiga vuestros hogares y los hospitales, los enfermos, los sanitarios, la policía, los camioneros y todos los que se están sacrificando por nosotros.

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  3. ¡Cómo de un día a otro puede cambiar la vida tan radicalmente! Hiciste una perfecta descripción de nuestros sentimientos.
    Me ha gustado mucho. Enhorabuena Ana.

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  4. Ana, de acuerdo con todo lo que dices, absolutamente con todo. Lo explicas muy bien, serías una gran periodista. Saldremos de esta situación con demasiadas mermas, pero saldremos y será muy magullados, y no podremos echarle la culpa a nadie (tenemos la crítica siempre a flor de labios). Esto que padecemos se presentó de golpe y nos cogió por sorpresa. Todos, gobernantes y ciudadanos, tenemos la obligación de respetar las normas y las instrucciones que se nos impusieron. Y saldremos, sin dudarlo. Son las 8 y salimos a aplaudir. Un abrazo muy fuerte y SUERTE.

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  5. Una crónica magnífica que describe perfectamente esta terrible situación con respeto, sensibilidad y, lo mejor, salpicada de esperanza.

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  6. Yo también creo que, a partir de la superación de este oscuro episodio, tienen que cambiar muchas cosas. Va a desaparecer esa sensación de inmunidad que teníamos y, por supuesto, nuestras prioridades a favor de la salud y la investigación, en merma del consumismo y el exacerbado materialismo que domina nuestra sociedad.

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  7. Una magnífica crónica de todo lo que está pasando, esperemos que pronto termine y volvamos a la normalidad, aunque esta experiencia dejará hondas cicatrices que tardarán en curar.

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